domingo, 26 de enero de 2014

4. Un don para meterme en líos

Entré con la cabeza bien alta, dispuesta a empezar de cero. Los tres días anteriores no contaban para nada. “Borrón y cuenta nueva”, pensé, contenta de mis buenas intenciones. Y, como siempre me pasaba, todas mis buenas intenciones se iban a la mierda tan pronto como llegaban. El gilipollas del pelo rojo estaba apoyado en la puerta, escuchando música con gesto distraído. No pude evitarlo, yo soy así, y tuve que darle un empujón al pasar por su lado, además de pisarlo adrede. Se quedó fulminándome con la mirada y farfullando insultos, pero yo me quedé mucho más a gusto. Simplemente había tenido que hacerlo, necesitaba demostrarle a él, al mundo e incluso a mí misma, que no le tenía miedo a nada. Y de paso, tampoco respeto. Llegué a clase temprano, y ahí encontré a Sossana, hablando con dos chicas.
Me quedé clavada en el sitio, ¿debería meterme? “Seguramente esas serán sus amigas de verdad, sólo fue simpática contigo, no es tu amiga”, pensé con tristeza. Sí que era insegura, a pesar de todo. Meneé la cabeza, no, tenía que dejar de ser tan antisocial. Levanté la cabeza, recuperando mi pose orgullosa, pero la morena se me adelantó. 

-¡Hola Ophelia! –saludó con alegría, y me indicó que me acercara. Sus acompañantes me repasaron de arriba abajo con la mirada. Tragué saliva antes de llegar hasta ellas. -¡Casi no te reconocía con ese corte de pelo! –informó, sin borrar la sonrisa. –Menudo cambio… -murmuró después, indicándome con la mano que girara sobre mí misma para que admirara bien mi pelo. Así lo hice, mostrando el corte más pronunciado por la parte de atrás que tan sólo me dejaba dos mechones largos a ambos lados del rostro. –Te queda genial. –decidió. 
-Sí, bueno… Ayer se me fue la pinza y… -hice el gesto de cortar con los dedos, rodando los ojos. La morena se rio. 
-Os presento. –dijo al fin, mirando a sus amigas. –Estas son Natalya y Rowena. Natalya, Rowena, esta es Ophelia. –nos presentó, echándose hacia atrás para que las chicas y yo quedáramos cara a cara.
-Hola. –balbuceé, aclarándome la garganta después para no parecer tan nerviosa. –Soy Ophelia Rainy, llegué el otro día. –sonreí de lado. 
-Ah, ya decía yo que no me sonabas. –soltó la de los ojos castaños con tintes rojizos que había sido presentada como Rowena, con frialdad. 
-E-encantada… -sonrió Natalya, sonrojándose levente. Una tímida y la otra borde, genial. 

El profesor de Historia entró en el aula, y todos tuvimos que sentarnos en nuestros sitios. Yo al lado de Sossana, como el primer día. En cuanto empezó la clase, dejé de prestar atención. 

-Ayer no viniste. –le recordé a la morena, que se giró sorprendida. 
-Ah. –recordó después, con media sonrisa. –Tuve ensayo en el club de música. –me explicó, mirando al frente para aparentar que prestaba atención al profesor. –Por cierto, la última vez que te vi te metiste en medio de la pelea de Declan y Finbar. –frunció el ceño al recordarlo. –No deberías haberlo hecho. –me reprendió. –Es mejor dejar al pelirrojo en paz, por muy irritante que sea. No te rebajes a su nivel. 

Quise reírme, llegaba tarde para darme ese consejo. 

-Sí, bueno… -murmuré, no quise darle detalles de lo ocurrido después. –Es que no lo soporto. –gruñí, dando por finalizada la conversación. 

Tomé algunos apuntes en clase, a pesar de que realmente no me enteré de mucho. Tenía una memoria horrible para la historia, aunque no me desagradaba.

Ya en el recreo, bajamos a la cafetería. Era la primera vez que entraba, y me pareció una tentación enorme quedarse allí y no volver a entrar a clase. Se lo comenté a Sossana, quien me reprendió con la mirada, por lo que comprendí que tendría que volver a clase después. Cuando nos sentamos las cuatro, empezaron las preguntas. 

-No te lo había preguntado antes, Ophelia, ¿por qué te mudaste a Cork? –quiso saber Sossana, comiendo una tostada. Las miré a las tres, que me observaban expectantes, aunque Rowena no parecía muy interesada. No sabía porque le caía mal, pero esperaba que eso cambiase pronto. 

-Yo… bueno, tuve que irme de mi anterior instituto y… -suspiré, ¿cómo contar una historia como la mía? Las haría huir espantadas y llamar a la policía, en el peor caso. Me encogí de hombros. –No sé, a mis padres Cork les pareció un buen lugar. –de momento, no había mentido.

Entonces algo interrumpió nuestra conversación, una figura saltarina se acercó hasta nuestra mesa. 

-¡Chica cuervo! –me gritó, levanté la vista para encontrarme con unos profundos ojos negros que ya había visto antes, la joven se lanzó sobre mí a abrazarme. No me dio tiempo ni a chillar, y ambas caímos al suelo, volcando la silla y formando un estrépito en la repentinamente silenciosa cafetería. Por fin se levantó y tiró de mí para que me pusiera en pie. Recogí la silla antes de dirigirme a ella. 
-Eh... Ah… Hola. –murmuré; ni siquiera sabía cómo se llamaba.
-Te he visto desde el otro lado y estás mejor que ayer. –sonrió ella. –No me atrevía a saludarte pero te he visto aquí y… -abrí las manos frente a ella para indicarle que parase el carro. 

Sonreí de lado cuando se quedó perpleja ante mi gesto. 

-Empecemos desde el principio. –suspiré. –Hola, soy Ophelia, ¿y tú? –recreé una escena normal de encuentro casual. Ella se rio.
-Soy Seath. –sonrió ampliamente. Su sonrisa era inquietante, como ella misma. Volví a sentarme y le indiqué que hiciera lo mismo. Miré a Sossana y sus amigas y carraspeé. 
-Esto… ¿os conocéis? –quise saber, dudando entre presentar a Seath o no. No tenía ni idea de cómo se hacían esas cosas… Maldita antisocial. La chicas repasaban a la recién llegada con la mirada, para luego lanzarme miraditas que no entendí. ¿Acaso no se podía sentar con nosotras? Me rasqué la nuca con nerviosismo, había algo tenso en el aire. –Bueno, entonces sí os conocéis. –interpreté el silencio incómodo. Seath me sonrió, pero no se sentó. 
-Déjalas, -me dijo de pronto. -¡ya nos veremos! –exclamó después, para lanzarse a darme un abrazo. “Con lo poco que me gusta el contacto físico…”, pensé, y la aparté con suavidad. 
-Sí, encantada, Seath. –sonreí de lado, despidiéndola con la mano hasta que salió del comedor, dando brincos cual conejillo feliz. Meneé la cabeza y volví a mirar a las chicas. –Vale, ¿qué ha sido eso? –pregunté, confusa. Ellas se miraron las unas a las otras. 
-Es Seath. –susurró Sossana, con seriedad. 
-¿Y? –inquirí.
-Se dicen cosas horribles de ella. –explicó Rowena, bebiendo de su té con tranquilidad. –Como que mató a sus padres y cosas así. 
Fruncí el ceño. 
-¿Y? –volví a preguntar. Las tres me miraron sorprendidas. 
-Ophelia, sabemos que eres nueva, por eso debes entender con quién no debes relacionarte. –explicó tranquilamente Sossana, mostrándome la palma de su mano. –Primero, Allison. –dijo, y bajó un dedo. –Segundo, Declan. –asentí, de eso no había duda, y bajó el segundo dedo. –Luego está Seath. –concluyó. –Y a los demás ya los irás conociendo, pero esos son los principales. –y volvió a morder su tostada. 

Me mantuve mirándola con el ceño fruncido. Marginada. Esa alegre joven, Seath, era una marginada. Y yo sabía mejor que nadie lo que era eso. No me hacía ni la más mínima gracia que aquellas chicas la apartaran sólo por lo que habían oído de ella. Es más; me cabreaba sobremanera. Me di cuenta de que estaba apretando los puños y los dientes, y me armé de toda mi paciencia y autocontrol para respirar hondo y mantener la compostura. 

-Entiendo los dos primeros, -comencé. -pero esa chica… -murmuré, mirando en la dirección en la que había desaparecido.
-Eres nueva. –repitió Sossana, como si eso lo explicara todo. 

El resto de la mañana pasó rápido. No me encontré con ningún indeseable ni me metí en más peleas en las tres clases siguientes. A última hora miré el móvil y comprobé que faltaban cinco minutos, volví a dejarlo en la mesa y empecé a recoger, mi compañera me imitó. Por fin, bajamos al patio después de que sonara la alarma que indicaba el final de las clases. Sossana se estiró al salir por la puerta, disfrutando de su libertad. 

-¿Qué vais a hacer esta tarde? –preguntó volviéndose a nosotras, tan alegre como siempre. Yo me encogí de hombros. 
-Nada, supongo. –murmuré. Sossana sonrió y miró a Natalya, quien sonrió a su vez, tenía una sonrisa muy tierna y aniñada.
-Yo pensaba tocar un rato el piano o jugar con mi husky. –miró al suelo con las mejillas encendidas. Iba a comentar algo sobre lo de tocar el piano, pero Sossana se me adelantó. 
-Eh, ¿y si quedamos para tocar un rato? –sonrió la morena, mirando a Rowena, quien aún no había dicho nada. 
-Por mí bien. –coincidió, mostrando la primera sonrisa que le veía, aunque era leve. –Puedo llevarme el violín. ¿En tu casa? –le preguntó a la morena, quien asintió. 
-¿Vienes, Ophelia? –me preguntó por fin, ya que yo estaba pensando ya en marcharme, sentía que sobraba. Mostré una sonrisa tímida. 
-Si no os importa… -empecé, enredando los dedos en el mechón cercano a la cara que me había dejado largo. 
-¡Claro que no! –se rio Sossana. –Ahora eres de las nuestras. –sonrió, pasándome un brazo por el hombro en gesto de camaradería. No puedo decir lo feliz que me hizo esa tontada, como tampoco pude reprimir una amplia sonrisa. 
-Gracias. –respondí, deshaciéndome de su abrazo con delicadeza. Me sabía mal apartar a todo el que se me acercaba, pero el contacto humano me ponía nerviosa, muy nerviosa.
-¿Tú tocas algún instrumento, Ophelia? –me preguntó con timidez Natalya. 

Noté un nudo en la garganta; había algo que quería decir, pero que mi cuerpo no me permitía. Las palabras se quedaron arañándome en la faringe, así que las cambié por otras.

-Que va, soy un desastre para la música. –suspiré. –Pero me encanta, y me encantará veros. –respondí finalmente. Esto pareció contentarle. 
-A las 6 en mi casa, ¡no lleguéis tarde! –nos advirtió la morena de ojos verdes, marchándose con prisa, con su guitarra al hombro, como siempre. Iba a preguntarle que dónde estaba su casa, ya que no conocía la ciudad, pero entonces alguien me tocó al hombro. Me giré sorprendida, para encontrarme con la chica albina. Me sonrojé por completo, avergonzada al recordar que ella me había visto en mi peor momento. 
-Hola, Ophelia, ¿verdad? –preguntó con una leve sonrisa. Asentí, aún roja como un tomate.
-Sí… Tú eres Alana, ¿no? –dudé, bajando la cabeza y rascándome la nuca con nerviosismo. 
-Sí. –sonrió. –Veo que estás mejor, me alegro. –dijo, ampliando su perlada sonrisa. 

Suspiré a modo de respuesta y, recordando algo, me quité la mochila de los hombros para empezar a rebuscar dentro. Natalya y Rowena seguían ahí, y me miraban extrañadas. Por fin encontré lo que buscaba y se lo tendí a la de las lentillas rojas.

-Es tu pañuelo. –cogí aire y lo solté, tranquilizándome, no quería tartamudear más. –Gracias otra vez. 
-No hay de qué. –me sonrió ella, cogiendo su pañuelo y guardándoselo. Luego miró a las otras dos chicas. –Eh… he oído que ibas a tocar esta tarde y… -empezó, mostrándose tímida de pronto, su voz era suave, pausada, armoniosa. – me preguntaba si podría ir a veros. –se sonrojó levemente. 

Por mí podía venir quien quisiera, pero tras ver como rechazaban a Seath, no podía saber si le permitirían venir. Las miré expectante yo también. Natalya sonrió. 

-Claro, Alana. Hemos oído que tienes una voz preciosa, podrías cantar. Los rubís de la joven albina brillaron de emoción. 
-Es en casa de Sossana. –continuó Rowena. –Pero seguro que le encantará que vengas. De hecho… -dirigió su mirada castaña hasta la de Natalya. –Podríamos decirle a Liss que también venga, ella toca el piano muy bien. Ya que vamos a hacer reunión musical. –animó, encogiéndose de hombros.
-¡Sí! –aplaudió Nataly, entusiasmada con la idea. –Podríamos hacer un dueto de piano.

Me rasqué la nuca de nuevo, empezaba a ponerme nerviosa al pensar en estar con tanta gente. 

-Entonces, ¿a qué hora? –preguntó Alana al fin. 
-A las seis en casa de Sossana. –respondimos Rowena, Nataly y yo a la vez. 

La joven albina se rio al oírnos al unísono. 

-Nos vemos allí entonces.- y, abrazando su carpeta azul, se marchó de allí con elegancia, ondeando su larguísima cabellera blanquecina. Suspiré cuando se hubo ido, se estaba haciendo tarde, y yo me moría de hambre. 
-¿Pasáis a por mí? –inquirí, antes de irme yo también. 
-Vivimos cerca, yo te recojo. –afirmó la castaña. 

Asentí conforme, y por fin me fui a mi piso. Mentiría si dijera que no estaba ilusionada con la idea. Allí todas me trataban como a una más, aunque seguramente era porque no me conocían en realidad. Pero estaba bien eso de empezar de cero, sin que supieran de primeras lo que había hecho durante toda mi vida. Me estaba juntando con chicas correctas, y eso era algo nuevo para mí, la duda era… ¿saldría bien? Éramos más distintas de lo que ellas pensaban, pero se notaba lo buenas chicas que era… de verdad que esperaba que no terminaran odiándome. Aquello sí que era una nueva vida para mí. 

Eran las seis menos cinco, y ahí estaba yo, esperando impaciente, hecha un manojo de nervios, mientras releía y releía Hamlet. “Ser o no ser…”, pensé, suspirando. En ese momento sonó el timbre. Del susto, el libro salió por los aires, dirigiéndome yo rauda y veloz hasta la puerta. El piso estaba hecho un desastre, por lo que descolgué el telefonillo y sólo dije:

-¡Bajo! 

Agarré mi bolso de Pesadilla antes de Navidad, y bajé por las escaleras corriendo, dejando a Lioncourt maullando antes de irme. Llevaba todas las tardes con él, y al pobre le extrañaba que saliera de nuestra madriguera. Llegué junto a Nataly, que me recibió con una sonrisa, y pusimos marcha a la casa de Sossana. Cuando llegamos ya estaban todas allí. Me sorprendió, puesto que eran las seis y cinco. Cuando quedaba con los amigos del mi ciudad si quedábamos a una hora, hasta la hora siguiente no aparecía ni Dios. Suspiré al pensar en ellos. En realidad eran casi todo chicos: mi hermano, Alex, los hermanos Blade y los demás. Eran buenos tiempos… Meneé la cabeza para olvidarlo, tenía que centrarme en el presente. Había estado a punto de no tener un presente, había de aprovechar aquella segunda oportunidad. La oportunidad que Ethan no había tenido.

Me presentaron a Lisselote al llegar, era una chica pelirroja de lo más tierna que tocaba el piano bastante bien. Me quedé sentada en el respaldo del sofá, abrazada a un cojín, observándolas entretenida. Nos echamos unas risas cuando intenté tocar el violín de Rowena, que en mis manos parecía un gatito suplicando que lo mataran, y en las suyas no sonaba nada mal. Alana resultó cantar medianamente bien, pero claro, ella había dado clases de canto y pertenecía al coro de la Iglesia. Tocaron un par de canciones todas juntas, y aunque distaba mucho de ser mi estilo, tampoco es que me sangrasen las orejas. 
Las horas pasaron rápidas en la casa de Sossana, y se hizo tan tarde que decidimos hacer la cena entre todas y cenar allí. Yo apenas sabía freír un huevo, ya que me alimentaba a base de pizza y hamburguesas, pero con ellas aprendí un par de cosas de cocina. Estuvo bien. No voy a decir que fuese ni de lejos uno de mis mejores días, pero después de la racha que llevaba... estuvo bien. 
El problema fue que olvidé que mis padres tenían que llamarme para ver cuando volvía a casa, ya que tenía un asunto pendiente en mi ciudad; un juicio. Cuando lo recordé había caído la noche hacía tiempo, y tras revolver la casa de Sossana entera y vaciar y volver a llenar el bolso un par de veces, me di cuenta de que me había dejado el móvil en clase esa mañana. Suspiré abatida, y les expliqué que tenía que volver al instituto en ese momento para buscarlo 

-Pero si está cerrado, Ophelia. –murmuró Liss, mirándome con inocencia. Sonreí de lado. 
-Dame una horquilla y te abriré hasta las puertas del cielo. –bromeé, dejando constancia de mis habilidades para abrir puertas. Las chicas me miraron raro. 
-¿Vas a forzar la cerradura como una ladrona? –preguntó extrañada Rowena. 

Carraspeé, me estaban poniendo nerviosa. 

-No voy a robar… -me excusé. –Sólo voy a por mi móvil… -seguían sin gustarle la idea. Suspiré. –Tengo prisa chicas, ¡nos vemos mañana! –me despedí corriendo. 

De todas formas, antes de ir al instituto, pasé por mi piso para comprobar que no me lo había dejado ahí. Ya no había duda, estaba en el instituto. Y eso me llevaba a una sola cosa: más líos. Así pues, tuve que dirigirme al Cork Collage cuando habían dado ya las once de la noche. No puedo negar que, a pesar de haber estado más relajada ese día, el terror seguía atenazando mi corazón como una garra metálica. Ir sola de noche... y en una situación como la mía. Había que estar loca para tener semejante idea. Pero, ¿no había tomado la decisión de no dejarme asustar? Pues ya está; se acabó el pasar las horas aterrorizada, mirando en todas direcciones a la espera de que alguien me volase los sesos.“Tengo hasta ganas de entrar en el jodido instituto”, pensé con sorna mientras saltaba la verja con facilidad. Caí al otro lado, y, tras comprobar que no había nadie cerca, me moví como una sombra hasta llegar a la puerta principal. ¿Lo más extraño? Que estaba abierta. Pasé con el ceño fruncido por la extrañeza, y ya en el pasillo principal vi la luz del despacho de delegados encendida. Me asomé con cuidado, y dentro descubrí a Finbar haciendo un montón de papeleo. Encontrar a un conocido ahí dentro me calmó. Aun así me quedé un rato vigilándolo, comprobando que estaba solo, antes de por fin decidirme a entrar.

Los papeles salieron volando del susto cuando atravesé la puerta.

-¿Quién…? –empezó el rubio, aun recuperándose del sobresalto. Cuando la nube de papeles se hubo disipado, quedé cara a cara con él. Sonreí con picardía. -¿Ophelia? 
-No, soy su fantasma. –bromeé. –Vengo a decirte que vengues mi muerte. 

Él no se rio. 

-¿Qué haces aquí? –preguntó arrugando tanto el ceño que sus cejas casi se tocaron. “Pero que tío más soso”. Suspiré y decidí reservar mi fantástico sentido del humor para alguien que supiera apreciarlo.
-Me dejé el móvil esta mañana. –expliqué secamente. -¿Tú tienes la llave de mi clase? –inquirí, pensando que podría hacer las cosas sin nada ilegal que me inculpara. 
-No, sólo tengo llaves del despacho. Y, Ophelia, no puedes estar aquí. –me reprimió, reordenando sus papeles. Rodé los ojos. 
-Finn, es importante. –recalqué. -¿No tienes llaves, seguro? 
-No, lo siento. –repitió. Me encogí de hombros. 
-Abriré con una horquilla. –dije para mí, saliendo del despacho. 

Cuando me di cuenta, el delegado iba detrás de mí. No me giré, me limité a agacharme frente al pomo de la clase y forcejar con la horquilla. 

–Por cierto, -dije mientras trabajaba en abrir esa extraña cerradura. -¿qué haces aquí a estas horas? 
-Trabajar. –suspiró él. 
-Madre mía, ¿es que no descansas nunca? –bufé, él se limitó a sonreír levemente. Se oyó u crujido en el pomo, Finn me miró extrañado. 
-¿La has abierto?

Solté una risa nerviosa. 

-No, me he cargado la horquilla. 

El rubio suspiró. 

-Esto no está bien. 
-Bien y mal son conceptos ambiguos. –murmuré con otra horquilla en la boca mientras sacaba una tercera para volver a intentarlo, esta vez con dos a la vez. El delegado seguía mirándome con reprobación. 
-Si la directora se enterase de esto… -musitó, llevándose una mano a la frente. 
-Pero ¿qué haces? –irrumpió una tercera voz. Del susto se me partió otra horquilla. 
-¡Joder! –exclamé. Y me giré para encontrarme con el pelirrojo, de brazos cruzados, mirándonos con la cabeza ladeada. -¿Qué…? –empecé. 
-No te importa. –aseguró él, cortante, adelantándose. 

Quise levantarme y cruzarle la cara, pero me limité a fulminarle con la mirada. Volví a mi trabajo ignorándole por completo. 

-Eh, lo estás haciendo mal. –bufó Declan. 

No le hice ni caso, y seguí tanteando con las horquillas como abrir la dichosa cerradura. Las de mi antiguo instituto las controlaba a la perfección, y podía abrirlas con los ojos cerrados, pero estas eran distintas. La tercera horquilla también se partió. 

-¡Mierda! –exclamé, arrojando los restos de las tres horquillas al suelo con rabia. El pelirrojo se rio de mí. -¿Te parece gracioso? –bramé. –Pues hazlo tú, imbécil. –y me senté de brazos cruzados en el suelo, enfurruñada. 

Para mi sorpresa, él suspiró y se acercó a la cerradura. 

-Dame una horquilla. –exigió. Arqueé una ceja. 
-Esto es el colmo. –suspiró Finbar. –Estoy rodeado de delincuentes. 
-Pues lárgate, rubiales. –le espetó Declan sin mirarlo. 
-Pues sí, porque no quiero tener nada que ver. –se excusó, levantándose para volver a su despacho. 

Declan y yo rodamos los ojos a la vez. Al ver el gesto, le miré con la vista entrecerrada. 

-No me caes bien. –le recordé. -¿Cómo sé que vas a abrir la puerta? 
-Ah, no, a lo mejor te mato con la horquilla. –bufó. -¿Quieres entrar o no? 

Contemplé mis opciones. Ah, no, sólo tenía esa. Suspiré con resignación y le cedí la cuarta horquilla. 

-Mira, a ver si aprendes algo, -me dijo, indicándome que me acercara. Así lo hice, a regañadientes. –no tienes que girarla hasta que llegue al fondo. –explicó. -Para eso tienes que inclinarla, y cuando escuches el ruidillo es que lo has hecho bien. 

Me aparté, asintiendo pensativa, y lo miré mientras terminaba de abrir la puerta. Se abrió con un crujido, y él se quedó invitándome a pasar con media sonrisa orgullosa. 

-Sigues sin caerme bien. –mascullé mientras entraba. 
-Tú a mí tampoco. –me espetó. Para mi sorpresa, el pelirrojo entró detrás de mí. Me giré sobresaltada.
–Eh, ¿dónde vas? 
-A vigilarte. Si robas algo, soy cómplice. –me explicó, sentándose en una mesa para observarme. Carraspeé, me estaba poniendo nerviosa. 
-Sólo voy a por mi móvil, ¿vale? –gruñí 
-Seguro. –bufó. 
-Oye, que el más sospechoso de los dos aquí eres tú. –le espeté. Me giré malhumorada y encontré mi teléfono reposando sobre la mesa, ajeno a todo. Lo cogí y se lo mostré con rabia. -¿Ves, imbécil? –él rodó los ojos. 

Le di la espalda para comprobar que tenía llamadas perdidas de mis padres. Concretamente, once. Quería llamar, pero no con el gilipollas del pelo rojo mirándome. Iba a salir y dejar a Declan ahí cuando reparé en que había otro móvil sobre otra mesa. Arqueé una ceja y lo cogí. 

–Alguien más se lo ha dejado. –murmuré para mí. De pronto el pelirrojo estaba tras de mí, y me arrebató el móvil de las manos para cotillearlo. –Eh. –musité, molesta, pero como era de esperar no me hizo caso. 
-Es de Allison. –bufó, arrugando la nariz. Eso me interesaba.
-¿Cómo lo sabes? –pregunté, dando un saltito para quitárselo. Me dejó cogerlo, y comprobé que de fondo de pantalla tenía una foto de algo escrito en la arena de la playa, se leía: Allison x Declan, y lo rodeaba un corazón dibujado también en la arena. No pude evitarlo, y me eché a reír. –Oooh, es de tu novia. –dije con un tono meloso en la voz, parpadeando mucho para endulzar aún más mis palabras. 
-Qué infantil que eres. –musitó, dando se la vuelta para salir de la clase. Yo me quedé con el móvil de Allison en la mano, ideando algo para joderla. Empecé por rebuscar en sus archivos, por las fotos. Comprobé algo curioso.
-Pelirrojo. –le llamé, mirando aún el móvil con una sonrisa perversa en mi rostro. El aludido no había salido aún, por lo que sólo tuvo que acercarse unos pasos para llegar hasta mí. 
-¿Qué quieres? –inquirió, de mal humor. 
-Te hace fotos a escondidas. –ensanché mi sonrisa y le mostré lo que estaba viendo, lo cogió con el ceño fruncido. Soltó un bufido. 
-¿Y qué pasa? Si tú también las quieres, pídele que te las pase. –dijo alzando la ceja, con una sonrisa sarcástica. Reí levemente. 
-Sigue soñado. –fue todo lo que dije, volviendo a coger el teléfono. 
-¿Por qué te interesa tanto el móvil de la rubia? –inquirió, estrechando la vista, pero luego se corrigió. –Bueno, ¿sabes qué? En realidad no me importa una mierda. 
-Esa pija ha estado metiéndose conmigo… -murmuré, siguiendo en mi registro. –De hecho, me amenazó el primer día. –arrugué la nariz con asco al recordar como clavó su dedo de arpía en mi pecho. Me senté en la mesa mientras seguía con el móvil. El pelirrojo imitó mi gesto y me observó con interés. 
-¿En qué piensas, nueva? –quiso saber. Levanté la vista con algo sombrío en mi mirada. 
-Venganza. –fue lo único que dije, mirando directamente a sus ojos castaños, que brillaron con interés. 
-Vale, te escucho. –afirmó, cruzándose de brazos y mirándome con una sonrisa maliciosa. Me sorprendió, y no pude ocultarlo. 
-¿Eh? ¿Por qué?
-Me hace fotos a escondidas. –me recordó. –Por dios, soy una marca registrada. –se señaló con el pulgar. –Eso es denunciable. –concluyó. Me eché a reír. 
-Vale, vale. –entendí. –Sabía que en el fondo te jodía. –murmuré, luego levanté la vista. -¿Qué se te ocurre?

Alzó ambas cejas, sorprendido. 

-¿En serio esperas que lo piense yo? 

Rodé los ojos. 

-Lo suponía. –musité. –De acuerdo, -dije, pensativa, apartándome un mechón de la cara para guardarlo tras la oreja, jugueteé con los cuatro aritos de mi oreja izquierda, que quedaba descubierta. –Qué tal sí… -empecé, pero luego se encendió una bombillita en mi mente, y no pude reprimir una amplia sonrisa perversa. –Ya sé lo que vamos a hacer. 

Le conté mi maquiavélico plan, y tras llevarlo acabo entre risas, al salir de la clase me choqué con algo grande y no demasiado duro, lleno de volantes y encaje. Levanté la vista para encontrarme con una inquietante mirada bicolor. 

-Disculpe, joven dama. –musitó, pasando por mi lado para llegar hasta el pelirrojo. 

Observé al nuevo individuo con una ceja arqueada, incapaz de bajarla por la sorpresa. ¿Iba disfrazado? Repasé de arriba abajo su peculiar aspecto, parecía sacado de otra época. Tenía el cabello plateado y con corte irregular, un lado más largo que otro, y vestía con ropas de la época victoriana, todo en blanco, gris, negro y verde.

-Eh, que ya voy, Liam. –musitó el pelirrojo, dirigiéndose al caballero victoriano. –Me he entretenido, pero iba ya. –aseguró, saliendo de la clase con el otro. Me quedé plantada mirándolos alternativamente, hasta que el del cabello plateado se fijó en mí. 
-¿Quién es esta damisela? –le preguntó a Declan. Él reparó entonces en mi presencia. 
-Ah, es la nueva. –le dijo, quitándole importancia. No hice caso a su falta absoluta de modales y proseguí a presentarme. 
-Soy Ophelia Rainy, llegué hace unos días. –me presenté, atónita, aun observando al victoriano, quien me sonrió y cogió mi mano para besarla. 
-Mi nombre es Liam, encantado. –dijo, haciendo una leve reverencia. Quité la mano, planteándome si me estaba vacilando o iba en serio. 
-I-igualmente. –murmuré, aun dudando de si era una broma o no. 

Los chicos volvieron a darme la espalda para seguir hablando de sus asuntos. Pegué el oído como quien no quiere la cosa. 

-Llevo un rato esperando, -informó el tal Liam, sin alterarse lo más mínimo. -¿vienes ya? –preguntó entonces, con la misma tranquilidad. El pelirrojo suspiró y asintió. 
-Claro. –afirmó encogiéndose de hombros y metiendo las manos en los bolsillos de sus pantalones. 
-¿Qué estáis haciendo aquí? –pregunté por fin, esperando que el victoriano sí respondiera, al contrario que había hecho Declan. Ambos se miraron, dudando que contestarme. –Eh, que yo me he colado en una clase de extranjis también. –sonreí de lado, esperando infundirles confianza. Liam se rindió.
-No puedo mentirle a una dama. –reconoció, devolviéndome una leve sonrisa. 
-Estábamos ensayando en el aula de música. –rezongó Declan, molesto por tener que darme una explicación. Abrí mucho mis orbes violetas. 
-¿Tenéis un grupo? –pregunté impresionada. El pelirrojo sonrió de lado, orgulloso como era. 
-Somos él y yo, pero tampoco nos hace falta nadie más. –se encogió de hombros. 
-Qué guay… -murmuré, echando chiribitas por los ojos. –Seguro que tú tocas la guitarra. –señalé al idiota del pelo rojo. 
-Sí, ¿cómo lo sabes? –preguntó extrañado, con cierta sospecha en la voz.
 -Porque te espío, no te jode. –bufé, molesta por su tono. Luego suspiré. –Llevas una jodida púa de guitarra a modo de colgante, genio.
-Ah, muy bien. Te voy a dar un pin; te tomaba por una completa posser.
Volví a querer partirle la cara, pero, de nuevo, me contuve, y miré a Liam, quien parecía más razonable. 
-Bueno, os dejo ensayar. –la dediqué una leve sonrisa, girándome para marcharme por donde había venido. Tenía que llamar a mis padres y ya me había entretenido mucho. 
-¿Vas a dejar que vaya sola a estas horas? –oí al victoriano preguntarle a Declan a mis espaldas. No me frené, pues ir en la moto del pelirrojo de vuelta a casa sería lo último que querría. 
-Ha venido sola, se las apañará. –musitó el otro, y escuché como se alejaban. 

Me relajé cuando estuve lejos de ellos, y tan centrada estaba en llamar a mis padres, que olvidé por completo despedirme de Finbar, y también olvidé mi temor de ir de noche por allí a solas. Por fin hablé con ellos, que pasarían a recogerme a las malditas seis de la mañana, pues el juicio era a las diez y mi ciudad natal quedaba a cuatro horas de distancia. Llegué sin percances a mi solitario piso y esa noche, a pesar de lo cansada que estaba, tampoco pude dormir más de tres horas. 
Siempre me despertaba a las cuatro, siempre.

3 comentarios:

  1. Joder, como haces para que cada maldito capitulo sea mas interesante que el anterior?!! Sigue asi. Quiero ver como Ophelia le parte la cara a Declan aunque sea una vez.

    ResponderEliminar
  2. ¡Muchas gracias! Iré subiendo los siguientes estos días ;) ¡Gracias por leerme!

    ResponderEliminar
  3. ¡HAMLET! Leí sobre la relación que guardaba con el síndrome, que se mostraba principalmente cuando Ofelia hablaba con su padre (creo que solo por eso me voy a leer el libro).
    Y esa ¿Seath? me da mala espina. A la vez que pienso ¿y si no es ella la mala sino que lo son todos los demás (empezando por Sossana sus amigas)? Vale, paranoias mías (pero podría ser factible).
    Me pregunto si el que se despierte siempre a las cuatro tendrá algún significado. Algún día se sabrá.
    Espero ansiosa el próximo capítulo.

    ResponderEliminar