sábado, 24 de agosto de 2013

Prólogo

Que sea la narradora de esta historia no me convierte en una superviviente de la misma. Eso que quede claro desde el principio. La cuento yo porque alguien tenía que hacerlo, pero no os confiéis; probablemente no haya un final feliz. Quizá yo no esté escribiendo después de salir viva de aquella locura, quizá simplemente yo ya no esté.

Dicho esto, intentaré plasmar con palabras lo que aconteció aquel año salpicado de mierda. Que tuvo sus buenos momentos antes de que todo se me fuese de las manos, eso no lo voy a negar.

Pero empecemos por el principio.

Podemos decir que el curso empezó la mañana de mi primer día de clase. Ese día, y como venía siendo habitual el último mes y medio, me desperté a las seis de la mañana. Todo lo que había vivido hasta aquel momento me negaba la capacidad de dormir. Debería tenerlo asumido, pero eso no hacía que dejase de joderme, ni mucho menos que me levantase de mejor humor.

-¡Yo no sé para que sigo tumbada si no voy a dormir! –refunfuñé, incorporándome y destapándome con energía.

Me levanté descalza y caminé hasta la ventana haciendo sonar mis pisadas desnudas contra las frías losas del suelo. Abrí las cortinas con violencia, comprobando que apenas había amanecido. La estancia prácticamente ni se iluminó. Al otro lado del cristal, se alzaba una ciudad extraña. Tan distinta a mi Elvenpath natal, que era completamente cosmopolita. Aquello era más bien un pueblo, y me pregunté si todas las ciudades de la Irlanda republicana serían así.

Me perdí unos segundos en la contemplación del despertar de la ciudad, sembrado de los colores cálidos del amanecer. Olía a otoño, aunque quedasen restos del verano flotando en el aire. La verdad era que para mí el verano había terminado hacía meses; los dos meses que habían pasado desde que me apartaron de aquello que más amaba. Suspiré y meneé la cabeza con pesar, queriendo deshacerme de los recuerdos que me impedían el sueño.

Sin embargo, tan sólo conseguí salir de mi ensimismamiento cuando mi gato hizo aparición restregándome su cabecita anaranjada por las piernas.

-Acostarme sólo sirve para deshacer la cama. –gruñí con voz mustia; quizá hablando con el felino, mi única compañía esos días.

Aún me costaba creer que me hubiese visto obligada a independizarme con tan sólo diecisiete años, que sí, mis padres me mandaban todo el dinero del mundo pero... Joder, no sabía ni hacerme la cama. 

Las voces de los vecinos gritándose me provocaron un respingo. Por el amor de dios, que son las seis... Habrá gente que querrá dormir. Yo misma querría dormir.

Meneé la cabeza con desaprobación y decidí ponerme en movimiento. Con paso firme me dirigí a la cocina, aún extraña para mí aunque llevase un par de días en aquel piso. Le di al interruptor de la luz y me quedé como estaba.

-Genial. A la casera no le ha dado la gana de ponerme luz aún. –rezongué sin fuerzas ni para enfadarme.

Comprendí que no podía calentarme ni un maldito té sin electricidad, así que volví de dos zancadas al dormitorio y me tiré sobre la cama. No me iba a poner a arreglarme para ir a clase cuando quedaban dos horas, así que descansaría la vista un rato antes de nada. Y casi me había dormido cuando...

WELCOME TO THE JUNGLE!!

Me levanté de un salto mientras la canción seguía.

-¡Me cago en la…!

We've got fun n' games! We got everything you want!

Tras tropezar con mi propio pie un par de veces logré atrapar al móvil, del que provenía la canción, y desactivar la alarma. Me dejé caer sentada en el borde de la cama en un intento de que mi corazón no estallara por el susto.

-Joder, ¿pero qué hora es? –refunfuñé.

La pantalla de mi móvil respondió:

8:02

Si hay algo peor que llegar tarde a tu primer día de clase es llegar tarde después de haberte levantado con tiempo de sobra. Puta mierda.

Soltando maldiciones, me incorporé de un brinco y me lancé a cepillarme mi larguísima melena negra, delineándome con una precisión acojonante los ojos con lápiz negro. De súbito el extraño color de mi iris se veía más potente: violeta intenso. Mientras me miraba en el espejo sobre la cómoda mi mente empezó a germinar el pensamiento que me perseguía cada vez que cambiaba de instituto: ¿volverá el color de mis ojos a convertirme en el bicho raro?

-A mí me gusta el violeta. –le dije a mi reflejo. Mis ojos sonrieron ante el comentario. –Pues claro que sí, joder. Me gustan mis ojos, me gusta el violeta. –sujetándome en la cómoda, resoplé y dejé escapar los nervios.

Sin perder más tiempo, cogí lo primero que pillé en el armario: una falda de cuadros escoceses con un tul de telarañas encima, una camiseta negra lisa de tirantes, los leggins negros y mis amadas New Rock; unas botas militares de cuero con plataforma y tacón de acero, adornadas con un par de hebillas a los lados. En mi cuello, mi característico collar de pinchos, ese que decía 'no te acerques' sin que yo tuviese que abrir la boca.

Me miré en el espejo y forcé una sonrisa.

-¡Hoy va a ser un día estupendo! –me dije. Por la cara de mi reflejo, diría que ni yo me creía eso.

Suspiré y miré el móvil por última vez: quedaban diez minutos para el comienzo de las clases. Mi piso estaba a veinte; llegaría en quince. Agarrando mi mochila y colocándome los enormes cascos que iban conectados a mi MP3, eché a correr como si me persiguiera la pasma.

Había cambiado de instituto como un millón de veces, pero era la primera vez que me enfrentaba a un cambio como ése completamente sola. Tan lejos de casa, tan desprotegida...

Por más que hubiese tratado de convencerme de que allí no me encontrarían, debí haber supuesto que no puedes huir del pasado por desplazarte unos kilómetros. Quizá hubiese cometido el peor error de mi vida con aquella mudanza. Y quizá esa nueva ciudad fuese mi tumba, ahora que estaba sola.


You know where you are? You’re in the jungle, baby! And you’re gonna die!!