domingo, 26 de enero de 2014

4. Un don para meterme en líos

Entré con la cabeza bien alta, dispuesta a empezar de cero. Los tres días anteriores no contaban para nada. “Borrón y cuenta nueva”, pensé, contenta de mis buenas intenciones. Y, como siempre me pasaba, todas mis buenas intenciones se iban a la mierda tan pronto como llegaban. El gilipollas del pelo rojo estaba apoyado en la puerta, escuchando música con gesto distraído. No pude evitarlo, yo soy así, y tuve que darle un empujón al pasar por su lado, además de pisarlo adrede. Se quedó fulminándome con la mirada y farfullando insultos, pero yo me quedé mucho más a gusto. Simplemente había tenido que hacerlo, necesitaba demostrarle a él, al mundo e incluso a mí misma, que no le tenía miedo a nada. Y de paso, tampoco respeto. Llegué a clase temprano, y ahí encontré a Sossana, hablando con dos chicas.
Me quedé clavada en el sitio, ¿debería meterme? “Seguramente esas serán sus amigas de verdad, sólo fue simpática contigo, no es tu amiga”, pensé con tristeza. Sí que era insegura, a pesar de todo. Meneé la cabeza, no, tenía que dejar de ser tan antisocial. Levanté la cabeza, recuperando mi pose orgullosa, pero la morena se me adelantó. 

-¡Hola Ophelia! –saludó con alegría, y me indicó que me acercara. Sus acompañantes me repasaron de arriba abajo con la mirada. Tragué saliva antes de llegar hasta ellas. -¡Casi no te reconocía con ese corte de pelo! –informó, sin borrar la sonrisa. –Menudo cambio… -murmuró después, indicándome con la mano que girara sobre mí misma para que admirara bien mi pelo. Así lo hice, mostrando el corte más pronunciado por la parte de atrás que tan sólo me dejaba dos mechones largos a ambos lados del rostro. –Te queda genial. –decidió. 
-Sí, bueno… Ayer se me fue la pinza y… -hice el gesto de cortar con los dedos, rodando los ojos. La morena se rio. 
-Os presento. –dijo al fin, mirando a sus amigas. –Estas son Natalya y Rowena. Natalya, Rowena, esta es Ophelia. –nos presentó, echándose hacia atrás para que las chicas y yo quedáramos cara a cara.
-Hola. –balbuceé, aclarándome la garganta después para no parecer tan nerviosa. –Soy Ophelia Rainy, llegué el otro día. –sonreí de lado. 
-Ah, ya decía yo que no me sonabas. –soltó la de los ojos castaños con tintes rojizos que había sido presentada como Rowena, con frialdad. 
-E-encantada… -sonrió Natalya, sonrojándose levente. Una tímida y la otra borde, genial. 

El profesor de Historia entró en el aula, y todos tuvimos que sentarnos en nuestros sitios. Yo al lado de Sossana, como el primer día. En cuanto empezó la clase, dejé de prestar atención. 

-Ayer no viniste. –le recordé a la morena, que se giró sorprendida. 
-Ah. –recordó después, con media sonrisa. –Tuve ensayo en el club de música. –me explicó, mirando al frente para aparentar que prestaba atención al profesor. –Por cierto, la última vez que te vi te metiste en medio de la pelea de Declan y Finbar. –frunció el ceño al recordarlo. –No deberías haberlo hecho. –me reprendió. –Es mejor dejar al pelirrojo en paz, por muy irritante que sea. No te rebajes a su nivel. 

Quise reírme, llegaba tarde para darme ese consejo. 

-Sí, bueno… -murmuré, no quise darle detalles de lo ocurrido después. –Es que no lo soporto. –gruñí, dando por finalizada la conversación. 

Tomé algunos apuntes en clase, a pesar de que realmente no me enteré de mucho. Tenía una memoria horrible para la historia, aunque no me desagradaba.

Ya en el recreo, bajamos a la cafetería. Era la primera vez que entraba, y me pareció una tentación enorme quedarse allí y no volver a entrar a clase. Se lo comenté a Sossana, quien me reprendió con la mirada, por lo que comprendí que tendría que volver a clase después. Cuando nos sentamos las cuatro, empezaron las preguntas. 

-No te lo había preguntado antes, Ophelia, ¿por qué te mudaste a Cork? –quiso saber Sossana, comiendo una tostada. Las miré a las tres, que me observaban expectantes, aunque Rowena no parecía muy interesada. No sabía porque le caía mal, pero esperaba que eso cambiase pronto. 

-Yo… bueno, tuve que irme de mi anterior instituto y… -suspiré, ¿cómo contar una historia como la mía? Las haría huir espantadas y llamar a la policía, en el peor caso. Me encogí de hombros. –No sé, a mis padres Cork les pareció un buen lugar. –de momento, no había mentido.

Entonces algo interrumpió nuestra conversación, una figura saltarina se acercó hasta nuestra mesa. 

-¡Chica cuervo! –me gritó, levanté la vista para encontrarme con unos profundos ojos negros que ya había visto antes, la joven se lanzó sobre mí a abrazarme. No me dio tiempo ni a chillar, y ambas caímos al suelo, volcando la silla y formando un estrépito en la repentinamente silenciosa cafetería. Por fin se levantó y tiró de mí para que me pusiera en pie. Recogí la silla antes de dirigirme a ella. 
-Eh... Ah… Hola. –murmuré; ni siquiera sabía cómo se llamaba.
-Te he visto desde el otro lado y estás mejor que ayer. –sonrió ella. –No me atrevía a saludarte pero te he visto aquí y… -abrí las manos frente a ella para indicarle que parase el carro. 

Sonreí de lado cuando se quedó perpleja ante mi gesto. 

-Empecemos desde el principio. –suspiré. –Hola, soy Ophelia, ¿y tú? –recreé una escena normal de encuentro casual. Ella se rio.
-Soy Seath. –sonrió ampliamente. Su sonrisa era inquietante, como ella misma. Volví a sentarme y le indiqué que hiciera lo mismo. Miré a Sossana y sus amigas y carraspeé. 
-Esto… ¿os conocéis? –quise saber, dudando entre presentar a Seath o no. No tenía ni idea de cómo se hacían esas cosas… Maldita antisocial. La chicas repasaban a la recién llegada con la mirada, para luego lanzarme miraditas que no entendí. ¿Acaso no se podía sentar con nosotras? Me rasqué la nuca con nerviosismo, había algo tenso en el aire. –Bueno, entonces sí os conocéis. –interpreté el silencio incómodo. Seath me sonrió, pero no se sentó. 
-Déjalas, -me dijo de pronto. -¡ya nos veremos! –exclamó después, para lanzarse a darme un abrazo. “Con lo poco que me gusta el contacto físico…”, pensé, y la aparté con suavidad. 
-Sí, encantada, Seath. –sonreí de lado, despidiéndola con la mano hasta que salió del comedor, dando brincos cual conejillo feliz. Meneé la cabeza y volví a mirar a las chicas. –Vale, ¿qué ha sido eso? –pregunté, confusa. Ellas se miraron las unas a las otras. 
-Es Seath. –susurró Sossana, con seriedad. 
-¿Y? –inquirí.
-Se dicen cosas horribles de ella. –explicó Rowena, bebiendo de su té con tranquilidad. –Como que mató a sus padres y cosas así. 
Fruncí el ceño. 
-¿Y? –volví a preguntar. Las tres me miraron sorprendidas. 
-Ophelia, sabemos que eres nueva, por eso debes entender con quién no debes relacionarte. –explicó tranquilamente Sossana, mostrándome la palma de su mano. –Primero, Allison. –dijo, y bajó un dedo. –Segundo, Declan. –asentí, de eso no había duda, y bajó el segundo dedo. –Luego está Seath. –concluyó. –Y a los demás ya los irás conociendo, pero esos son los principales. –y volvió a morder su tostada. 

Me mantuve mirándola con el ceño fruncido. Marginada. Esa alegre joven, Seath, era una marginada. Y yo sabía mejor que nadie lo que era eso. No me hacía ni la más mínima gracia que aquellas chicas la apartaran sólo por lo que habían oído de ella. Es más; me cabreaba sobremanera. Me di cuenta de que estaba apretando los puños y los dientes, y me armé de toda mi paciencia y autocontrol para respirar hondo y mantener la compostura. 

-Entiendo los dos primeros, -comencé. -pero esa chica… -murmuré, mirando en la dirección en la que había desaparecido.
-Eres nueva. –repitió Sossana, como si eso lo explicara todo. 

El resto de la mañana pasó rápido. No me encontré con ningún indeseable ni me metí en más peleas en las tres clases siguientes. A última hora miré el móvil y comprobé que faltaban cinco minutos, volví a dejarlo en la mesa y empecé a recoger, mi compañera me imitó. Por fin, bajamos al patio después de que sonara la alarma que indicaba el final de las clases. Sossana se estiró al salir por la puerta, disfrutando de su libertad. 

-¿Qué vais a hacer esta tarde? –preguntó volviéndose a nosotras, tan alegre como siempre. Yo me encogí de hombros. 
-Nada, supongo. –murmuré. Sossana sonrió y miró a Natalya, quien sonrió a su vez, tenía una sonrisa muy tierna y aniñada.
-Yo pensaba tocar un rato el piano o jugar con mi husky. –miró al suelo con las mejillas encendidas. Iba a comentar algo sobre lo de tocar el piano, pero Sossana se me adelantó. 
-Eh, ¿y si quedamos para tocar un rato? –sonrió la morena, mirando a Rowena, quien aún no había dicho nada. 
-Por mí bien. –coincidió, mostrando la primera sonrisa que le veía, aunque era leve. –Puedo llevarme el violín. ¿En tu casa? –le preguntó a la morena, quien asintió. 
-¿Vienes, Ophelia? –me preguntó por fin, ya que yo estaba pensando ya en marcharme, sentía que sobraba. Mostré una sonrisa tímida. 
-Si no os importa… -empecé, enredando los dedos en el mechón cercano a la cara que me había dejado largo. 
-¡Claro que no! –se rio Sossana. –Ahora eres de las nuestras. –sonrió, pasándome un brazo por el hombro en gesto de camaradería. No puedo decir lo feliz que me hizo esa tontada, como tampoco pude reprimir una amplia sonrisa. 
-Gracias. –respondí, deshaciéndome de su abrazo con delicadeza. Me sabía mal apartar a todo el que se me acercaba, pero el contacto humano me ponía nerviosa, muy nerviosa.
-¿Tú tocas algún instrumento, Ophelia? –me preguntó con timidez Natalya. 

Noté un nudo en la garganta; había algo que quería decir, pero que mi cuerpo no me permitía. Las palabras se quedaron arañándome en la faringe, así que las cambié por otras.

-Que va, soy un desastre para la música. –suspiré. –Pero me encanta, y me encantará veros. –respondí finalmente. Esto pareció contentarle. 
-A las 6 en mi casa, ¡no lleguéis tarde! –nos advirtió la morena de ojos verdes, marchándose con prisa, con su guitarra al hombro, como siempre. Iba a preguntarle que dónde estaba su casa, ya que no conocía la ciudad, pero entonces alguien me tocó al hombro. Me giré sorprendida, para encontrarme con la chica albina. Me sonrojé por completo, avergonzada al recordar que ella me había visto en mi peor momento. 
-Hola, Ophelia, ¿verdad? –preguntó con una leve sonrisa. Asentí, aún roja como un tomate.
-Sí… Tú eres Alana, ¿no? –dudé, bajando la cabeza y rascándome la nuca con nerviosismo. 
-Sí. –sonrió. –Veo que estás mejor, me alegro. –dijo, ampliando su perlada sonrisa. 

Suspiré a modo de respuesta y, recordando algo, me quité la mochila de los hombros para empezar a rebuscar dentro. Natalya y Rowena seguían ahí, y me miraban extrañadas. Por fin encontré lo que buscaba y se lo tendí a la de las lentillas rojas.

-Es tu pañuelo. –cogí aire y lo solté, tranquilizándome, no quería tartamudear más. –Gracias otra vez. 
-No hay de qué. –me sonrió ella, cogiendo su pañuelo y guardándoselo. Luego miró a las otras dos chicas. –Eh… he oído que ibas a tocar esta tarde y… -empezó, mostrándose tímida de pronto, su voz era suave, pausada, armoniosa. – me preguntaba si podría ir a veros. –se sonrojó levemente. 

Por mí podía venir quien quisiera, pero tras ver como rechazaban a Seath, no podía saber si le permitirían venir. Las miré expectante yo también. Natalya sonrió. 

-Claro, Alana. Hemos oído que tienes una voz preciosa, podrías cantar. Los rubís de la joven albina brillaron de emoción. 
-Es en casa de Sossana. –continuó Rowena. –Pero seguro que le encantará que vengas. De hecho… -dirigió su mirada castaña hasta la de Natalya. –Podríamos decirle a Liss que también venga, ella toca el piano muy bien. Ya que vamos a hacer reunión musical. –animó, encogiéndose de hombros.
-¡Sí! –aplaudió Nataly, entusiasmada con la idea. –Podríamos hacer un dueto de piano.

Me rasqué la nuca de nuevo, empezaba a ponerme nerviosa al pensar en estar con tanta gente. 

-Entonces, ¿a qué hora? –preguntó Alana al fin. 
-A las seis en casa de Sossana. –respondimos Rowena, Nataly y yo a la vez. 

La joven albina se rio al oírnos al unísono. 

-Nos vemos allí entonces.- y, abrazando su carpeta azul, se marchó de allí con elegancia, ondeando su larguísima cabellera blanquecina. Suspiré cuando se hubo ido, se estaba haciendo tarde, y yo me moría de hambre. 
-¿Pasáis a por mí? –inquirí, antes de irme yo también. 
-Vivimos cerca, yo te recojo. –afirmó la castaña. 

Asentí conforme, y por fin me fui a mi piso. Mentiría si dijera que no estaba ilusionada con la idea. Allí todas me trataban como a una más, aunque seguramente era porque no me conocían en realidad. Pero estaba bien eso de empezar de cero, sin que supieran de primeras lo que había hecho durante toda mi vida. Me estaba juntando con chicas correctas, y eso era algo nuevo para mí, la duda era… ¿saldría bien? Éramos más distintas de lo que ellas pensaban, pero se notaba lo buenas chicas que era… de verdad que esperaba que no terminaran odiándome. Aquello sí que era una nueva vida para mí. 

Eran las seis menos cinco, y ahí estaba yo, esperando impaciente, hecha un manojo de nervios, mientras releía y releía Hamlet. “Ser o no ser…”, pensé, suspirando. En ese momento sonó el timbre. Del susto, el libro salió por los aires, dirigiéndome yo rauda y veloz hasta la puerta. El piso estaba hecho un desastre, por lo que descolgué el telefonillo y sólo dije:

-¡Bajo! 

Agarré mi bolso de Pesadilla antes de Navidad, y bajé por las escaleras corriendo, dejando a Lioncourt maullando antes de irme. Llevaba todas las tardes con él, y al pobre le extrañaba que saliera de nuestra madriguera. Llegué junto a Nataly, que me recibió con una sonrisa, y pusimos marcha a la casa de Sossana. Cuando llegamos ya estaban todas allí. Me sorprendió, puesto que eran las seis y cinco. Cuando quedaba con los amigos del mi ciudad si quedábamos a una hora, hasta la hora siguiente no aparecía ni Dios. Suspiré al pensar en ellos. En realidad eran casi todo chicos: mi hermano, Alex, los hermanos Blade y los demás. Eran buenos tiempos… Meneé la cabeza para olvidarlo, tenía que centrarme en el presente. Había estado a punto de no tener un presente, había de aprovechar aquella segunda oportunidad. La oportunidad que Ethan no había tenido.

Me presentaron a Lisselote al llegar, era una chica pelirroja de lo más tierna que tocaba el piano bastante bien. Me quedé sentada en el respaldo del sofá, abrazada a un cojín, observándolas entretenida. Nos echamos unas risas cuando intenté tocar el violín de Rowena, que en mis manos parecía un gatito suplicando que lo mataran, y en las suyas no sonaba nada mal. Alana resultó cantar medianamente bien, pero claro, ella había dado clases de canto y pertenecía al coro de la Iglesia. Tocaron un par de canciones todas juntas, y aunque distaba mucho de ser mi estilo, tampoco es que me sangrasen las orejas. 
Las horas pasaron rápidas en la casa de Sossana, y se hizo tan tarde que decidimos hacer la cena entre todas y cenar allí. Yo apenas sabía freír un huevo, ya que me alimentaba a base de pizza y hamburguesas, pero con ellas aprendí un par de cosas de cocina. Estuvo bien. No voy a decir que fuese ni de lejos uno de mis mejores días, pero después de la racha que llevaba... estuvo bien. 
El problema fue que olvidé que mis padres tenían que llamarme para ver cuando volvía a casa, ya que tenía un asunto pendiente en mi ciudad; un juicio. Cuando lo recordé había caído la noche hacía tiempo, y tras revolver la casa de Sossana entera y vaciar y volver a llenar el bolso un par de veces, me di cuenta de que me había dejado el móvil en clase esa mañana. Suspiré abatida, y les expliqué que tenía que volver al instituto en ese momento para buscarlo 

-Pero si está cerrado, Ophelia. –murmuró Liss, mirándome con inocencia. Sonreí de lado. 
-Dame una horquilla y te abriré hasta las puertas del cielo. –bromeé, dejando constancia de mis habilidades para abrir puertas. Las chicas me miraron raro. 
-¿Vas a forzar la cerradura como una ladrona? –preguntó extrañada Rowena. 

Carraspeé, me estaban poniendo nerviosa. 

-No voy a robar… -me excusé. –Sólo voy a por mi móvil… -seguían sin gustarle la idea. Suspiré. –Tengo prisa chicas, ¡nos vemos mañana! –me despedí corriendo. 

De todas formas, antes de ir al instituto, pasé por mi piso para comprobar que no me lo había dejado ahí. Ya no había duda, estaba en el instituto. Y eso me llevaba a una sola cosa: más líos. Así pues, tuve que dirigirme al Cork Collage cuando habían dado ya las once de la noche. No puedo negar que, a pesar de haber estado más relajada ese día, el terror seguía atenazando mi corazón como una garra metálica. Ir sola de noche... y en una situación como la mía. Había que estar loca para tener semejante idea. Pero, ¿no había tomado la decisión de no dejarme asustar? Pues ya está; se acabó el pasar las horas aterrorizada, mirando en todas direcciones a la espera de que alguien me volase los sesos.“Tengo hasta ganas de entrar en el jodido instituto”, pensé con sorna mientras saltaba la verja con facilidad. Caí al otro lado, y, tras comprobar que no había nadie cerca, me moví como una sombra hasta llegar a la puerta principal. ¿Lo más extraño? Que estaba abierta. Pasé con el ceño fruncido por la extrañeza, y ya en el pasillo principal vi la luz del despacho de delegados encendida. Me asomé con cuidado, y dentro descubrí a Finbar haciendo un montón de papeleo. Encontrar a un conocido ahí dentro me calmó. Aun así me quedé un rato vigilándolo, comprobando que estaba solo, antes de por fin decidirme a entrar.

Los papeles salieron volando del susto cuando atravesé la puerta.

-¿Quién…? –empezó el rubio, aun recuperándose del sobresalto. Cuando la nube de papeles se hubo disipado, quedé cara a cara con él. Sonreí con picardía. -¿Ophelia? 
-No, soy su fantasma. –bromeé. –Vengo a decirte que vengues mi muerte. 

Él no se rio. 

-¿Qué haces aquí? –preguntó arrugando tanto el ceño que sus cejas casi se tocaron. “Pero que tío más soso”. Suspiré y decidí reservar mi fantástico sentido del humor para alguien que supiera apreciarlo.
-Me dejé el móvil esta mañana. –expliqué secamente. -¿Tú tienes la llave de mi clase? –inquirí, pensando que podría hacer las cosas sin nada ilegal que me inculpara. 
-No, sólo tengo llaves del despacho. Y, Ophelia, no puedes estar aquí. –me reprimió, reordenando sus papeles. Rodé los ojos. 
-Finn, es importante. –recalqué. -¿No tienes llaves, seguro? 
-No, lo siento. –repitió. Me encogí de hombros. 
-Abriré con una horquilla. –dije para mí, saliendo del despacho. 

Cuando me di cuenta, el delegado iba detrás de mí. No me giré, me limité a agacharme frente al pomo de la clase y forcejar con la horquilla. 

–Por cierto, -dije mientras trabajaba en abrir esa extraña cerradura. -¿qué haces aquí a estas horas? 
-Trabajar. –suspiró él. 
-Madre mía, ¿es que no descansas nunca? –bufé, él se limitó a sonreír levemente. Se oyó u crujido en el pomo, Finn me miró extrañado. 
-¿La has abierto?

Solté una risa nerviosa. 

-No, me he cargado la horquilla. 

El rubio suspiró. 

-Esto no está bien. 
-Bien y mal son conceptos ambiguos. –murmuré con otra horquilla en la boca mientras sacaba una tercera para volver a intentarlo, esta vez con dos a la vez. El delegado seguía mirándome con reprobación. 
-Si la directora se enterase de esto… -musitó, llevándose una mano a la frente. 
-Pero ¿qué haces? –irrumpió una tercera voz. Del susto se me partió otra horquilla. 
-¡Joder! –exclamé. Y me giré para encontrarme con el pelirrojo, de brazos cruzados, mirándonos con la cabeza ladeada. -¿Qué…? –empecé. 
-No te importa. –aseguró él, cortante, adelantándose. 

Quise levantarme y cruzarle la cara, pero me limité a fulminarle con la mirada. Volví a mi trabajo ignorándole por completo. 

-Eh, lo estás haciendo mal. –bufó Declan. 

No le hice ni caso, y seguí tanteando con las horquillas como abrir la dichosa cerradura. Las de mi antiguo instituto las controlaba a la perfección, y podía abrirlas con los ojos cerrados, pero estas eran distintas. La tercera horquilla también se partió. 

-¡Mierda! –exclamé, arrojando los restos de las tres horquillas al suelo con rabia. El pelirrojo se rio de mí. -¿Te parece gracioso? –bramé. –Pues hazlo tú, imbécil. –y me senté de brazos cruzados en el suelo, enfurruñada. 

Para mi sorpresa, él suspiró y se acercó a la cerradura. 

-Dame una horquilla. –exigió. Arqueé una ceja. 
-Esto es el colmo. –suspiró Finbar. –Estoy rodeado de delincuentes. 
-Pues lárgate, rubiales. –le espetó Declan sin mirarlo. 
-Pues sí, porque no quiero tener nada que ver. –se excusó, levantándose para volver a su despacho. 

Declan y yo rodamos los ojos a la vez. Al ver el gesto, le miré con la vista entrecerrada. 

-No me caes bien. –le recordé. -¿Cómo sé que vas a abrir la puerta? 
-Ah, no, a lo mejor te mato con la horquilla. –bufó. -¿Quieres entrar o no? 

Contemplé mis opciones. Ah, no, sólo tenía esa. Suspiré con resignación y le cedí la cuarta horquilla. 

-Mira, a ver si aprendes algo, -me dijo, indicándome que me acercara. Así lo hice, a regañadientes. –no tienes que girarla hasta que llegue al fondo. –explicó. -Para eso tienes que inclinarla, y cuando escuches el ruidillo es que lo has hecho bien. 

Me aparté, asintiendo pensativa, y lo miré mientras terminaba de abrir la puerta. Se abrió con un crujido, y él se quedó invitándome a pasar con media sonrisa orgullosa. 

-Sigues sin caerme bien. –mascullé mientras entraba. 
-Tú a mí tampoco. –me espetó. Para mi sorpresa, el pelirrojo entró detrás de mí. Me giré sobresaltada.
–Eh, ¿dónde vas? 
-A vigilarte. Si robas algo, soy cómplice. –me explicó, sentándose en una mesa para observarme. Carraspeé, me estaba poniendo nerviosa. 
-Sólo voy a por mi móvil, ¿vale? –gruñí 
-Seguro. –bufó. 
-Oye, que el más sospechoso de los dos aquí eres tú. –le espeté. Me giré malhumorada y encontré mi teléfono reposando sobre la mesa, ajeno a todo. Lo cogí y se lo mostré con rabia. -¿Ves, imbécil? –él rodó los ojos. 

Le di la espalda para comprobar que tenía llamadas perdidas de mis padres. Concretamente, once. Quería llamar, pero no con el gilipollas del pelo rojo mirándome. Iba a salir y dejar a Declan ahí cuando reparé en que había otro móvil sobre otra mesa. Arqueé una ceja y lo cogí. 

–Alguien más se lo ha dejado. –murmuré para mí. De pronto el pelirrojo estaba tras de mí, y me arrebató el móvil de las manos para cotillearlo. –Eh. –musité, molesta, pero como era de esperar no me hizo caso. 
-Es de Allison. –bufó, arrugando la nariz. Eso me interesaba.
-¿Cómo lo sabes? –pregunté, dando un saltito para quitárselo. Me dejó cogerlo, y comprobé que de fondo de pantalla tenía una foto de algo escrito en la arena de la playa, se leía: Allison x Declan, y lo rodeaba un corazón dibujado también en la arena. No pude evitarlo, y me eché a reír. –Oooh, es de tu novia. –dije con un tono meloso en la voz, parpadeando mucho para endulzar aún más mis palabras. 
-Qué infantil que eres. –musitó, dando se la vuelta para salir de la clase. Yo me quedé con el móvil de Allison en la mano, ideando algo para joderla. Empecé por rebuscar en sus archivos, por las fotos. Comprobé algo curioso.
-Pelirrojo. –le llamé, mirando aún el móvil con una sonrisa perversa en mi rostro. El aludido no había salido aún, por lo que sólo tuvo que acercarse unos pasos para llegar hasta mí. 
-¿Qué quieres? –inquirió, de mal humor. 
-Te hace fotos a escondidas. –ensanché mi sonrisa y le mostré lo que estaba viendo, lo cogió con el ceño fruncido. Soltó un bufido. 
-¿Y qué pasa? Si tú también las quieres, pídele que te las pase. –dijo alzando la ceja, con una sonrisa sarcástica. Reí levemente. 
-Sigue soñado. –fue todo lo que dije, volviendo a coger el teléfono. 
-¿Por qué te interesa tanto el móvil de la rubia? –inquirió, estrechando la vista, pero luego se corrigió. –Bueno, ¿sabes qué? En realidad no me importa una mierda. 
-Esa pija ha estado metiéndose conmigo… -murmuré, siguiendo en mi registro. –De hecho, me amenazó el primer día. –arrugué la nariz con asco al recordar como clavó su dedo de arpía en mi pecho. Me senté en la mesa mientras seguía con el móvil. El pelirrojo imitó mi gesto y me observó con interés. 
-¿En qué piensas, nueva? –quiso saber. Levanté la vista con algo sombrío en mi mirada. 
-Venganza. –fue lo único que dije, mirando directamente a sus ojos castaños, que brillaron con interés. 
-Vale, te escucho. –afirmó, cruzándose de brazos y mirándome con una sonrisa maliciosa. Me sorprendió, y no pude ocultarlo. 
-¿Eh? ¿Por qué?
-Me hace fotos a escondidas. –me recordó. –Por dios, soy una marca registrada. –se señaló con el pulgar. –Eso es denunciable. –concluyó. Me eché a reír. 
-Vale, vale. –entendí. –Sabía que en el fondo te jodía. –murmuré, luego levanté la vista. -¿Qué se te ocurre?

Alzó ambas cejas, sorprendido. 

-¿En serio esperas que lo piense yo? 

Rodé los ojos. 

-Lo suponía. –musité. –De acuerdo, -dije, pensativa, apartándome un mechón de la cara para guardarlo tras la oreja, jugueteé con los cuatro aritos de mi oreja izquierda, que quedaba descubierta. –Qué tal sí… -empecé, pero luego se encendió una bombillita en mi mente, y no pude reprimir una amplia sonrisa perversa. –Ya sé lo que vamos a hacer. 

Le conté mi maquiavélico plan, y tras llevarlo acabo entre risas, al salir de la clase me choqué con algo grande y no demasiado duro, lleno de volantes y encaje. Levanté la vista para encontrarme con una inquietante mirada bicolor. 

-Disculpe, joven dama. –musitó, pasando por mi lado para llegar hasta el pelirrojo. 

Observé al nuevo individuo con una ceja arqueada, incapaz de bajarla por la sorpresa. ¿Iba disfrazado? Repasé de arriba abajo su peculiar aspecto, parecía sacado de otra época. Tenía el cabello plateado y con corte irregular, un lado más largo que otro, y vestía con ropas de la época victoriana, todo en blanco, gris, negro y verde.

-Eh, que ya voy, Liam. –musitó el pelirrojo, dirigiéndose al caballero victoriano. –Me he entretenido, pero iba ya. –aseguró, saliendo de la clase con el otro. Me quedé plantada mirándolos alternativamente, hasta que el del cabello plateado se fijó en mí. 
-¿Quién es esta damisela? –le preguntó a Declan. Él reparó entonces en mi presencia. 
-Ah, es la nueva. –le dijo, quitándole importancia. No hice caso a su falta absoluta de modales y proseguí a presentarme. 
-Soy Ophelia Rainy, llegué hace unos días. –me presenté, atónita, aun observando al victoriano, quien me sonrió y cogió mi mano para besarla. 
-Mi nombre es Liam, encantado. –dijo, haciendo una leve reverencia. Quité la mano, planteándome si me estaba vacilando o iba en serio. 
-I-igualmente. –murmuré, aun dudando de si era una broma o no. 

Los chicos volvieron a darme la espalda para seguir hablando de sus asuntos. Pegué el oído como quien no quiere la cosa. 

-Llevo un rato esperando, -informó el tal Liam, sin alterarse lo más mínimo. -¿vienes ya? –preguntó entonces, con la misma tranquilidad. El pelirrojo suspiró y asintió. 
-Claro. –afirmó encogiéndose de hombros y metiendo las manos en los bolsillos de sus pantalones. 
-¿Qué estáis haciendo aquí? –pregunté por fin, esperando que el victoriano sí respondiera, al contrario que había hecho Declan. Ambos se miraron, dudando que contestarme. –Eh, que yo me he colado en una clase de extranjis también. –sonreí de lado, esperando infundirles confianza. Liam se rindió.
-No puedo mentirle a una dama. –reconoció, devolviéndome una leve sonrisa. 
-Estábamos ensayando en el aula de música. –rezongó Declan, molesto por tener que darme una explicación. Abrí mucho mis orbes violetas. 
-¿Tenéis un grupo? –pregunté impresionada. El pelirrojo sonrió de lado, orgulloso como era. 
-Somos él y yo, pero tampoco nos hace falta nadie más. –se encogió de hombros. 
-Qué guay… -murmuré, echando chiribitas por los ojos. –Seguro que tú tocas la guitarra. –señalé al idiota del pelo rojo. 
-Sí, ¿cómo lo sabes? –preguntó extrañado, con cierta sospecha en la voz.
 -Porque te espío, no te jode. –bufé, molesta por su tono. Luego suspiré. –Llevas una jodida púa de guitarra a modo de colgante, genio.
-Ah, muy bien. Te voy a dar un pin; te tomaba por una completa posser.
Volví a querer partirle la cara, pero, de nuevo, me contuve, y miré a Liam, quien parecía más razonable. 
-Bueno, os dejo ensayar. –la dediqué una leve sonrisa, girándome para marcharme por donde había venido. Tenía que llamar a mis padres y ya me había entretenido mucho. 
-¿Vas a dejar que vaya sola a estas horas? –oí al victoriano preguntarle a Declan a mis espaldas. No me frené, pues ir en la moto del pelirrojo de vuelta a casa sería lo último que querría. 
-Ha venido sola, se las apañará. –musitó el otro, y escuché como se alejaban. 

Me relajé cuando estuve lejos de ellos, y tan centrada estaba en llamar a mis padres, que olvidé por completo despedirme de Finbar, y también olvidé mi temor de ir de noche por allí a solas. Por fin hablé con ellos, que pasarían a recogerme a las malditas seis de la mañana, pues el juicio era a las diez y mi ciudad natal quedaba a cuatro horas de distancia. Llegué sin percances a mi solitario piso y esa noche, a pesar de lo cansada que estaba, tampoco pude dormir más de tres horas. 
Siempre me despertaba a las cuatro, siempre.

3. De Máscaras y Fachadas

Tercer día en el Cork Collage, y también mi tercer día de adolescente emancipada, viviendo sola en mi pisucho. Las cosas no iban tan mal, al menos no tanto como podrían ir. Conocía a más de una persona en el instituto, incluso tenía a alguien con quien sentarme y distraerme en clase, y aún no había quemado nada en el piso, lo que era un todo un logro teniendo en cuenta mi don para liarla parda. Mi paranoia iba menguando un poquito día a día; no parecía que nadie hubiese ido allí tras de mí. Aunque aún no podía bajar la guardia, me sentía un poco más optimista.
Las clases fueron bien, aburridas, como son todas. Sossana no apareció a primera hora, ni a segunda ni a tercera, y después del recreo no me apetecía volver a entrar, por lo que me decidí a quedarme por el patio a leer, escribir o simplemente escuchar música tranquila y libremente. Pero, para variar, mis planes se torcieron. Estaba saliendo al patio, cuando alguien me empujó contra la pared. Toda la sangre se me congeló en las venas. Un ataque de Macabria. Iban a por mí. Habían llegado a Cork. Me obligué a sacudir la cabeza y vi al pelirrojo con cara de pocos amigos. Me tenía cogida por los hombros para inmovilizarme. Resoplé con alivio, lo que lo cabreó aún más.

-¿Es que no te enseñaron a no meterte donde no te llaman, nueva? No tenía nada contra ti, pero la has jodido. –me espetó. Me liberé de su agarre con un rápido movimiento. -Lo primero, es que me llamo Ophelia, no “nueva”, y lo segundo es que si vuelves a tocarme te partiré la cara. –le expliqué tranquilamente, frotándome un hombro. 
-Con ese nombre yo preferiría llamarme “nueva”. –se burló. –Y no vayas con tantas leyes, niña, que no tienes ni idea de con quién estás hablando. No pude evitar reírme. 
-¿Y tú sí? –lo empujé para que corriera el aire entre nosotros. -¿Qué vas a hacer? ¿Pegarme? –levanté una ceja, desafiante. 

Viendo que no respondía, le asesté un codazo en las costillas para poder escabullirme pasando por su lado. Al principio se dobló por el dolor, pero se recuperó lo bastante rápido como para cogerme de la muñeca y estamparme contra la pared de nuevo. Me sujetó por las brazos, casi echaba fuego por los ojos. Me revolví y forcejé para liberarme, pero cuanto más lo intentaba más me apretaba. Empezaba a hacerme daño. "Estoy débil y marchita. Si no puedo con él, ¿cómo me enfrentaré a Macabria yo sola si llega el momento?" No podía. Me matarían. Si me encontraban cualquier esperanza era inútil; lo único que podría hacer sería correr, huir lo más lejos posible. Solté un gemido lastimero y acabé por dejar de luchar, comprobando que el pelirrojo tenía mucha más fuerza que yo, que estaba batallando con un potente insomnio, a penas pesaba cincuenta kilos y llegaba al metro sesenta con dificultad. El maldito Declan se dio cuenta de lo escaso de mi fuerza y pasó a sonreír con suficiencia. Me escondí entre mis largos cabellos azabache, avergonzada. "Ophelia Rainy; quién te ha visto y quién te ve..."

-Mírate, solo eres una niña asustada que se esconde tras una fachada de chica mala. –se burló. Estaba segura de que me saldrían moratones. No aflojaba su agarre, y estaba empezando a asustarme. Realmente no tenía que haberme metido donde no me llamaban, pero no esperaba esa reacción. Esperaba ser capaz de enfrentarme a él. Por Dios, yo había derribado a tipos más grandes que él... Aunque siempre con la ayuda de Ethan. Al pensar en él, la soledad oprimió mi corazón hasta hacerlo sangrar. Noté como se me llenaban los ojos de lágrimas y me oculté aún más en mis cabellos, rehuyendo de su mirada para que no me viera llorar. –Eso, cúbrete con el pelo. –bufó, divertido. –No eres más que una cría patética. –me espetó, soltándome por fin para largarse. 

Me quedé apoyada en la pared, frotándome mis magullados brazos y luchando por dejar de lloriquear. Finbar se acercó corriendo. 

-¡Ophelia! –saludó con una de sus amables sonrisas, era obvio que no había visto la escena. –Ayer no pude darte las gracias… 

Me aclaré la garganta antes de hablar, aunque no dejé que viera mis ojos. 

-No lo hice por ti. –confesé, cortante. –Odio a ese tío. –mascullé entre dientes, para echar a andar sin darle tiempo al rubio a decir nada. 

Quería estar sola, completamente sola. “Ya lo estás”, me recordó una vocecilla en mi cabeza. Caminé con paso tranquilo hasta el baño, no iba a montar un numerito en medio del pasillo, y ya allí me dejé caer con la espalda pegada a la pared hasta el suelo. Hundí la cara en las rodillas y por fin me liberé, llorando en silencio. Aquello estaba resultando mucho más difícil de lo que creía. La separación de mi hermano... era como si me hubieran partido por la mitad y alejado de mí la otra parte de mi cuerpo. "Perdoname, Ethan, es culpa mía... Me merezco todo lo que me pase aquí, porque tú estás sufriendo más. Perdóname, Ethan..."

-Eh, ¿estás bien? –preguntó una voz dulce, levanté la vista, aún nublada por las lágrimas para encontrarme con unos rasgados ojos rubí; era la chica del pelo blanco. Su rotro redondo y sus labios coloreados le hacían parecer una nívea muñeca de porcelana, una muñeca asiática.

Quería responderle que estaba bien, que me dejara en paz, pero me tembló el labio y no pude articular palabra. Me limité a negar con la cabeza. La joven se puso de cuclillas frente a mí para quedar cara a cara conmigo. Me extendió un pañuelo de seda blanco. Lo cogí con una sonrisa triste e intenté secarme la cara, pero mis ojos se negaban a dejar de producir lágrimas. Hundí el gesto entre mis rodillas otra vez; odiaba que me vieran llorar. La chica albina me acarició mi larga melena negra. 

–Vamos, sea lo que sea no merece la pena que derrames tantas lágrimas. –levanté un poco la vista, lo justo para verla sonreírme con dulzura. 
-Gracias. –gemí, con voz ronca. Ella continuó acariciándome el pelo. El contacto físico me ponía de los nervios, pero en ese momento no me venía mal un poco de cariño tras tanto desprecio. 
-¿Quieres que me quede? –me preguntó con suavidad. Negué con la cabeza. 
-No, gracias… -gimoteé de nuevo. 
-Como quieras. –sonrió ella. –Me llamo Alana, si necesitas cualquier cosa…

Asentí, pero no dije nada, volviendo a ocultarme entre mis rodillas, queriendo esconderme otra vez. 

Cuando Alana salió del baño, pude respirar tranquila, aunque su presencia me había calmado. Sí que había gente buena en Cork Collage, pero yo era demasiado antisocial. Además, qué coño, estaba llorando, ¡no quería que me viera nadie! Las hirientes palabras del capullo pelirrojo seguían rondando en mi cabeza. ¿Qué imagen estaba dando? Yo no era débil, había pasado por más de lo que ninguno de esos niñatos podría ni imaginarse. Había visto cosas que ellos sólo podían intuir por televisión. No era débil, hacía muchos años que había dejado de serlo. No podía permitirme que el dolor por todo lo sufrido hasta llegar allí me convirtiera en la niña indefensa que fui de pequeña. Les haría pensar que podían meterse conmigo, y aquel maldito instituto tenía que aprender que a Ophelia Rainy ni siquiera se la puede mirar mal; bajo pena de patada en los cojones.

Me sequé la cara con las manos a restregones y por fin me levanté del suelo para mirarme en el espejo. Llevaba toda la pintura de los ojos corrida. Me limpié como pude y volví a observar mi imagen, siempre oculta tras mi larga melena negra. Me aparté el pelo de la cara para escrutar mis ojos violetas, enrojecidos y aún húmedos por las lágrimas. Resoplé, calmándome. No podía dejar que me pisotearan, nunca más. Todos aquellos pensamientos, todos los recuerdos de lo que yo había sido capaz, me trajeron a la realidad al fin. Lo anterior había sido poco más que una extraña pesadilla, tenía la sensación de que acababa de poner los pies en el suelo y aterrizado a la realidad por primera vez. Con o son mi hermano, yo seguía siendo yo. 

Volví a respirar hondo y salí del aseo, con la mala suerte de encontrarme de bruces con el pelirrojo en el pasillo. Retrocedí un paso automáticamente, incluso iba a apartarlo de mí a empujones, pensando en alguna llave con la que derribarlo, con toda la adrenalina disparada, cuando él me cogió de la muñeca para detenerme. 

-¿Qué quieres ahora? –pregunté con la mandíbula apretada. 
-Eh, no busco pelea. –me avisó, soltándome y apartándose un paso para dejarme respirar. Yo no me fiaba lo más mínimo de ese tío. Le pillé observando las marcas de mis brazos, para pasar a mirarme a los ojos. Tragó saliva, se rascó la nuca y apartó la mirada. –Joder, me he pasado, ¿vale?

Arrugué la nariz con desprecio y me llevé una mano para acariciar uno de mis magullados brazos. 

-¿Lo dices por esto? –pregunté, escéptica. El odio me hervía la sangre. –No te preocupes, lo llevaré como una marca de honor. –sonreí con suficiencia. –Ya has demostrado quien eres. –le escupí las palabras, que me sabían a veneno, y me marché con paso firme sin dirigirle otra mirada, rumbo a mi solitario y seguro piso. 

Estaba atravesando con decisión la puerta que daba al patio, momento en el que me choqué con alguien. Levanté la vista para encontrarme con unos ojos café oscuros. Me aparté un paso y bajé la mirada, no quería hablar ni para disculparme; estaba enfadada, cabreada con el mundo entero.

-No te avergüences por llorar. –sonrió la desconocida. Fruncí el ceño y la miré. 
-¿Cómo sabes qué...? –empecé, preocupándome de que fuera demasiado obvio. Ella se encogió de hombros, con una carita de felicidad que contrastaba con sus palabras. Tenía el rostro ovalado, los labios finos y la naricilla respingona, no medía mucho más que yo, quizá unos centímetros; aunque las botas me hacían parecer más alta.
-Lo sé. –dijo simplemente. –El Dolor tiene rostro propio. El Dolor tiene un corazón humano. –explicó alegremente, como si fuera lo más lógico del mundo. Fruncí aún más el ceño, no entendía nada. -Ánimo, siempre te queda el suicidio. –sonrió, y me guiñó un ojo antes de marcharse felizmente, caminando a brincos. Al alejarse vi de nuevo sus características calcetas a rayas.

Me dejó impactada unos segundos, hasta que conseguí reaccionar y re-emprender la vuelta a casa. Pensé en aquella desconocida durante unos instantes; algún día tenía que descubrir quién era, pero no ese día. Estaba agotada mental y físicamente. Las palabras de Declan no se iban de mi cabeza, y la decisión que tomé en el baño seguía irrevocable en mi mente. Por la calle la gente me miraba, y yo siempre me escondía entre mi espesa cabellera para que no me vieran. Era poco más que una sombra desde que estaba sin Ethan. “Se acabó, se acabó”, pensaba una y otra vez. No iba a darle el gusto a ese gilipollas de demostrarle que tenía razón conmigo. No, ni hablar. Estaba harta de tener miedo.

Cuando llegué, cerré de un portazo la puerta de la entrada y me quedé de pie, dejando que mi mochila se resbalase hasta el suelo. Observaba mi imagen en el espejo de cuerpo entero de la entrada. Volvía a estar oculta tras mi cabello. Resoplé con rabia y me lo recogí en una coleta alta, dejando mi cara despejada por fin, con tan sólo dos mechones sueltos. En un ataque de ira, fui a zancadas hasta la cocina a coger las tijeras. Volví al espejo y asesté un tijeretazo mortal a mi melena, justo por encima del coletero. La larga coleta cayó al suelo, llenándolo de pelos. Me apoyé en la mesa, con la respiración acelerada, intentando tranquilizarme. Tragué saliva, volviendo en mí, y levanté la vista para ver mi nueva imagen. 

Me gustó lo que vi. 

-Se acabó el esconderse. –me dije en voz alta a mí misma, y sonreí.

sábado, 25 de enero de 2014

2. Primeras peleas

El segundo día llegué con tiempo de sobra, así pude dar un paseo por la ciudad, que apenas había visto. Y, antes de cruzar la carretera, comprobé que no había ningún capullo en moto que pudiera arrollarme. Suspiré aliviada y entré en el instituto sin percances. Estaba tan feliz subiendo para el tercer piso, hasta que me di cuenta de que no sabía lo que me tocaba. Abrí la mochila y empecé a rebuscar el horario que me había dado el delegado el día anterior. Nada. Me lo había dejado en casa. Tuve que volver a ver al delegado y pedirle otro. Dirigí mis pasos entonces al aula de música, puesto que ésa era la asignatura que tocaba.
Llegué tarde y sin aliento, y justo cuando iba a entrar por la puerta, alguien la abrió para salir, casi tirándome al suelo. Me eché hacia atrás para que saliera el otro, que resultó ser el idiota del pelo rojo y los aires de mal genio.
Se giró con indiferencia, hasta descubrir mi mirada de asco mezclado con susto al encontrarlo allí, tan cerca, y pasó a sonreír de lado.

-¿Qué pasa, nueva? ¿Aún no te han atropellado? –bromeó. Levanté una ceja. 
-No, por suerte tú estabas a buen recaudo en clase. La ciudad es libre. –comenté irónica, cruzándome de brazos. El pelirrojo se rio levemente. 
-Deberías mirar por donde andas, nueva. –murmuró antes de marcharse por el pasillo.
-¡Deja de llamarme “nueva”! ¡Tengo nombre! –le espeté. Levantó la mano sin darse la vuelta, en gesto de despedida.
-Pues igual, pero no me interesa. –le oí decir antes de perderlo de vista.

Me quedé plantada en el sitio, echando espuma por la boca. “¡¿Quién coño se ha creído que es?!”, pensé, entrando en la clase a zancadas. No miré ni hice caso a nadie y me senté pegada a la pared, lo más lejos y sola posible. La profesora de música se presentó y empezó a hablarnos de lo que iba a ir la asignatura. Rodé los ojos. ¿De qué va a ir? Pues de música. Iba a ponerme disimuladamente los cascos para “participar” mejor en la clase, cuando alguien más entró al aula. Era una chica morena y de grandes ojos verdes. Llegó sin aliento y se inclinó un par de veces a modo de disculpa, parecía agobiada. Después corrió a sentarse en el primer hueco libre que vio. Bingo, a mi lado. No me apetecía estar cerca de nadie, pero no iba a echarla, por lo que me limité a ignorarla. 

-Hola, soy Sossana. –se presentó, ofreciéndome la mano, sin que nadie se lo pidiera. La miré sin saber cómo reaccionar, pero cuando la observé mejor, reconocí que era la chica de la guitarra del día anterior. –Nos vimos ayer. –me recordó ella. No tenía motivos para ser borde; era la persona más normal que me había encontrado, así pues, me tragué mis palas pulgas y sonreí. 
-Lo recuerdo. Yo Ophelia. –estreché su mano. 
-La nueva, ¿verdad? –me preguntó la morena, aunque ya lo sabía. Asentí. -¿Llegaste bien ayer? –inquirió, parecía que incluso le importaba de verdad. 
–Desgraciadamente. –suspiré. –Justo a tiempo de tragarme el discurso de la directora. –rodé los ojos con aburrimiento. 

La chica se rio. Empecé a preguntarme cómo demonios era posible que no me hubiese dicho nada del raro color de mis ojos ni se sintese intimidada o incómoda por mi presencia. Me costaba adapatarme a algo tan distinto a Elvenpath y sus prejuicios. 

-Sí, se pone muy pesada… -confirmó. Recordé a la rubia del día anterior, y mi curiosidad me llevó a preguntar por ella. 
-Por cierto, ayer una rubia que iba con dos pijas más me amenazó. –arqueé una ceja, recordando la extraña situación. -¿Es normal? –Sossana bufó.
-Es así con todos. Se llama Allison, no te recomiendo que te juntes con ella. 
-No, no pensaba. –reí levemente. –Me amenazó por hablar con el tío del pelo rojo, no sé si sabes quién… 
-¿Declan? Claro, el matón, el típico. –respondió de inmediato. Justo lo que había imaginado. 
-Es un poco imbécil y tal, ¿no? 
-Muy imbécil, diría yo. –gruñó mi compañera. Sonreí de lado al ver que mis primeras impresiones habían sido acertadas. 
-¿Y está saliendo con la Barbie? Anda que les van a salir unos hijos completicos… -murmuré, pensativa. 
-¡Que van a estar saliendo! –estalló en carcajadas la morena. –A Allison le gusta, pero él pasa. –se encogió de hombros. La observé unos instantes. 
-Sí que estás puesta en los cotilleos del instituto, Sossana… -murmuré, más para mí que para ella. La aludida se sonrojó. 
-¡No! Bueno, es que no son cotilleos, es el día a día. –rodó los ojos. –Ya verás cómo te acostumbras. –sonrió, una sonrisa encantadora; ¿dónde demonios estaba el truco? –Llegar a un instituto nuevo tiene que ser difícil… -comenzó entonces, mirándome de soslayo y bajando la voz para que la profesora dejara de mirarnos mal.
-No, bueno, sí, pero cuando llevas tantos como yo… Ya me da igual. –resoplé, encogiéndome de hombros. 

Me arrepentí enseguida de haber dado tanta información, eso llevaba a preguntas y más preguntas, y no me apetecía que se supiera mi verdad, ni ahora ni nunca, aunque si algo había aprendido era que la verdad sale a la luz por sí sola. Cork Collage me acabaría conociendo, por desgracia, aunque no sabía cómo iban a ir las cosas ahora que estaba sin Ethan. Quizá todo fuera distinto… 

Sonó la alarma que indicaba el final de las clases, y empecé a bajar las escaleras con Sossana, cuando oímos un par de voces masculinas discutiendo. Arrugué el ceño y bajé las escaleras de dos en dos, adelantando a la de los ojos verdes, que se quedó extrañada. Al bajar encontré a ese imbécil de Declan empujando a Finbar contra las taquillas, cogiéndolo del cuello de la camisa y a punto de darle un puñetazo. 

-Gilipollas, te voy a… -estaba amenazando el capullo con pintas rockeras. Corrí hasta ponerme en medio, protegiendo al rubio. Intercepté el puñetazo de Declan y lo empujé hacia atrás, usando su fuerza contra él. -¿Le vas a qué, matón de tres al cuarto? –le espeté, ambos chicos estaban alucinando. 
-Ophelia, ¿qué…? –empezó el rubio, el gilipollas del pelo rojo lo interrumpió. 
-Tú no te metas, nueva. –gruñó, sin quitarle el ojo de encima a Finbar. Estaba muy cabreado, pero no me dejé intimidar. Llevaba lidiando con matones de mierda toda la vida, y para mala leche la mía. Volví a empujarlo para alejarlo más del delegado. Me sacaba media cabeza, pero poco me importó.
-Me meto donde me da la gana. –escupí las palabras mirándolo de arriba a abajo. 

Vaqueros rotos, una cadena a un lado de la cintura, una camiseta de "System of a Down" y una camisa a cuadros rojos y negros encima. Sí, quizá sus pintas fueran las propias del típico capullo que me caería bien; pero en todo hay excepciones. En Elvenpath sólo Ethan y yo vestíamos diferentes, con colores oscuros y demás: el resto de jóvenes llevaban la misma ropa de marca y seguían la misma moda. Aquello era diferente, allí en Cork había variedad, por eso mismo no me podía dejar llevar por las apariencias.

Compartimos un momento de tensión, los dos chicos y yo. Mi iris violeta no se separó del castaño oscuro del rockero: parecía una competición por ver quién despreciaba más al otro. 

-Finbar, lárgate. -siseé sin apartar mi pupila de la del otro chico. El rubio vaciló, pero al final lo sentí moverse a mi espalda para desaparecer de la escena.
-Te arrepentirás de esto, jodida friki. -me gruñó entre dientes mi contrincante.
-No sabes con quién coño hablas. -forcé una fina sonrisa maliciosa. 
-¡Dec, la directora! -escuché una voz tras el pelirrojo.

Sólo entonces rompimos el contacto visual. Él se giró para ver quién le había avisado. No acerté a verle la cara, porque aproveché el momento para salir de allí a paso rápido.

Por el camino hacia mi piso, volví a tener la sensación de ser vigilada. En un momento de paranoia comencé a pensar que aquel matón descerebrado podría formar parte de Macabria. La idea me asustó tanto que aceleré el paso hasta que me dolieron los pies. Pero era absurdo. En Macabria no eran tan jóvenes; sólo Ethan y yo lo éramos. Lo fuimos.

Me metí en la cama en cuanto entré al piso; estaba temblando. La paranoia se apoderaba de mí, veía enemigos por todas partes. Necesité unas horas de lectura y unos cuantos tés para volver a ser yo. Para ser la Ophelia valiente y desafiante, para ser la vengadora. "No puedo. No puedo ser fuerte, no sin él", fue lo último que pensé antes de hacerme un ovillo y tratar de conciliar el sueño; para sólo acabar llorando.

1. The Jungle

Ahí estaba yo, y ahí estaba él, tan grande e imponente. Me pasé la mano por mi larga melena negra, presa del nerviosismo. Aquél instituto era el más grande en el que había estado. ¿Cómo sería la gente allí? No conocía aquella ciudad, ni a nadie. Me sentí como un corderito entrando en un nido de hienas. Respiré hondo, luchando contra el impulso de echar a correr y meterme en la cama de nuevo. “Vamos, Ophelia, has hecho esto cientos de veces…”, me recordé, intentando relajar mis músculos, “Sólo tienes que ir a lo tuyo y no hacer caso a lo que te diga nadie, es la única forma de sobrevivir”, recordé que me dijo mi hermano una vez. Pensar en él me produjo una punzada de añoranza. Venga ya, por favor, era la cuarta vez que entraba “nueva” a un instituto, y había salido viva hasta ahora… Aunque gracias a Ethan. “¡Vamos, Ophelia! ¿No sabes defenderte solita?”, me dije. Aquello era una estupidez, sólo entonces comprendí que el miedo no era tanto por el instituto y los estudiantes como por el motivo de mi huida de Elvenpath. 

“No soy un corderito, no soy un corderito… Soy el león, deberían temerme ellos”, pensaba una y otra vez mientras caminaba mirando al frente, con la cabeza bien alta. Y tan concentrada iba en mantenerme orgullosa y desafiante cruzando la carretera que me separaba del instituto, que no vi una moto que pasaba a toda pastilla hacia mí. En un acto reflejo, di un chillido ridículo y me quedé clavada en el suelo. Pude oír la risa del conductor de la moto a causa de mi susto. Cuando levanté la vista sólo pude ver un borrón rojo pasar de largo ante mis ojos. -¡Malditos hippies! –grité furiosa, alzando el puño amenazante. La moto ya se había ido, doblando una esquina por una calle junto al instituto. Y no sabía qué sentido tenía lo que acababa de gritar, pero simplemente era algo que decía mi padre en situaciones similares. Resoplé recuperándome del susto, pero no tarde más de dos segundos en terminar de cruzar la carretera para que no se repitiera la situación.

No pude seguir con la cabeza alzada, me limité a farfullar cosas mirándome los pies hasta que entré en el centro. Ojalá nadie me hubiera visto pegar ese chillido. “Muy realista, Ophelia, seguro que un lunes a las ocho y media de la mañana en la puerta de un instituto no había nadie”, me dijo una molesta vocecilla en mi cabeza. Fui pasando entre la gente hasta llegar a la entrada, y por el camino me choqué con una chica que llevaba una guitarra a la espalda, guitarra que sonó cuando le di un codazo. Me giré de inmediato.

-¡Lo siento! –gemí, para después aclararme la garganta y no parecer tan nerviosa. 

-No pasa nada. –sonrió la morena, sus ojos verdes mostraban alegría. -¿Eres la nueva? –preguntó después, mirándome a la cara, en lugar de repasarme de arriba abajo como hacían los demás. Suspiré; ¿por qué era tan obvio? ¿Era por mi cara de espanto y confusión constante?

-Sí… me incorporo hoy. –respondí, sin mucho entusiasmo. La chica se rio de mi carencia absoluta de emoción.

-Pues mucha suerte. –sonrió antes de echar a andar de nuevo; parecía tener prisa. Resoplé cuando se fue, ¿me habría visto hacer el imbécil con lo de la moto? Bueno, ya daba igual. Al menos era simpática…

Finalmente entré, y por dentro el instituto me pareció igual de inmenso y agobiante; los estudiantes caminaban de aquí para allá sin hacerme ningún caso –cosa que agradecí- y nadie parecía tener ganas de ayudar. ¿Dónde demonios se suponía que estaba mi clase? Nadie me había dicho dónde tenía que ir. Me mordí el labio mientras sonaba el timbre que indicaba el comienzo de las clases. Genial, ya iba tarde a donde quisiera que tuviera que ir. ¿Y si iba a ver al director? No, no me apetecía que me ficharan aún. Caminé un poco, y di con una puerta en la que se leía “Despacho de delegados”. Me encogí de hombros y toqué. Se abrió enseguida, y me recibieron los ojos ambarinos de un muchacho rubio. 

-Eh... Ah… Hola. –balbuceé. Como he dicho, llevaba días sin hablar con nadie. –Soy Ophelia. –dije de pronto, con mi mirada violeta fija en su rostro. El chico no pareció entender. Me corregí enseguida. –Soy la nueva, Ophelia Rainy. –le tendí la mano automáticamente. Por fin reaccionó, con una amable sonrisa.

-Yo soy Finbar, el delegado de 2º. Pasa.

Caminé tras él al interior del despacho, los despachos me daban fobia, y más aún la autoridad, por lo que estaba deseando salir por patas. -No sabía dónde ir, no me dijeron cual era mi clase así que… -comencé a hablar apresuradamente.

-¡Ah! Claro, te lo miro enseguida. –aseguró, cogiendo un archivador que había sobre la mesa, junto a un millar de papeles y carpetas. Alcé una ceja ante tanto desorden. –El primer día siempre hay mucho trabajo. –se excusó, sonrojándose ligeramente. Sonreí de lado, pero no dije nada; quería irme YA. –Aquí está… -murmuró. –Estás en el C, 2ºC. –me anunció por fin. Asentí indiferente y me dispuse a marcharme. -¡Espera! –oí tras de mí de pronto. Me giré sobresaltada. -¿Sabes dónde está tu clase?

 -Eh... no. 

Nadie dijo nada durante unos segundos, hasta que rompí a reír, algo que me sentaba bien dadas las circunstancias. El delegado rio levemente conmigo, después me tendió el horario de mi clase en la que salían las aulas y los profesores. 

-Es el tercer piso. No tiene pérdida. 

-Para la gente normal, -sonreí de lado- pero seguro que yo me pierdo. -me encogí de hombros. –Gracias. –apunté antes de desaparecer en el pasillo de nuevo. 

Miré el horario:

*El primer día se reunirá todo 2º de Bachiller en el aula de audiovisuales. 

Rezaba al final del mismo. Suspiré. “Genial, ¿y dónde está eso?” Fui leyendo los carteles de las clases hasta que di con una señal que indicaba que el aula de audiovisuales se encontraba al doblar una esquina. Por fin llegué, y tuve que respirar hondo un par de veces antes de atreverme a abrir la puerta. Al entrar me encontré frente a un montón de gente mirándome fijamente. Me sonrojé a más no poder y busqué desesperada un sitio donde sentarme. Alguien me tocó en el hombro. Me giré para ver a una señora bajita con un moño blanco. 

-Hija, siéntate al final, hay un hueco libre. –me dijo con una sonrisa impaciente.

Asentí con un inaudible “disculpe” y me senté al final de la inmensa aula, junto a una chica con el pelo extrañamente plateado y unos grandes ojos rubí. Vale, no era la más rara del instituto, por una vez. La diferencia es que esa chica llevaba lentillas, y mis ojos eran naturales. Me pregunté entonces cuánto tardarían en preguntarme si llevaba lentillas de color; también cuánto tardaría yo en soltarle un puñetazo a alguien por la pregunta. Era una reacción que había desarrollado con el tiempo, no podía evitarlo. A ver cuánto tardaban en odiarme también allí.

Todos me olvidaron para centrarse en escuchar a aquella mujer hablar. Resultó ser la directora, y nos estaba dando un discurso de bienvenida. Por fin pude dejar la mochila y relajarme. Já, relajarme... Como si pudiera. Paseaba una mirada nerviosa por las cabezas de los ocupantes de la sala. Ninguno iría armado, ¿verdad? No podían meter armas allí. Ninguno llevaba el temido "666" tatuado en la nuca, ¿verdad? "Ophelia, te estás volviendo loca. Del todo".

-Eh, ese es mi sitio. –dijo una voz a mi lado de pronto. Levanté la vista para encontrarme con un chico pelirrojo con cada de malas pulgas de pie junto a mi sitio. 

-La directora me ha dicho que me siente aquí. –le respondí con un siseo, de mal humor. 

-Pues yo te digo que te levantes. Es mi sitio. –respondió sin cortarse a la hora de alzar la voz. Como era obvio, la mentada directora acabó por interrumpir su discurso. Y aun micrófono en mano, se dirigió a nosotros. 

-Declan, ¿qué pasa ahora? –preguntó con ruego en la voz. No parecía ser la primera vez que interrumpían la reunión por ese pelirrojo. -Está en mi sitio. –respondió con indiferencia pero sin vergüenza alguna el chico.

La directora me miró, y yo me crucé de brazos; sólo por orgullo no iba a moverme de allí. 

-Ya te he dejado salir para hablar por teléfono, ¿no puedes dejar de molestar? –suplicó la mujer. 

-No molesto más. –gruñó, lanzándome una mirada de odio, que respondí con una mueca de desprecio, y desapareciendo por la puerta con las manos en los bolsillos. 

Dio un portazo al salir, todos nos estremecimos. La directora rodó los ojos. 

-Sigamos. 

Nadie volvió a interrumpirla durante las dos horas de discurso. Sólo escuché la mitad de lo que dijo, ya que era tan sumamente pesada que acabé por ponerme mis grandes cascos morados para escuchar algo de metal. Empezaba a sentirme mal por lo de ese chico mal educado, yo tampoco es que fuese la alegría de la huerta, probablemente habría reaccionado igual de ser él. La verdad era que la directora había sido injusta, ¡me había asignado a mí el sitio de otro! Concluí, sin embargo en que ese Declan se lo merecía y que además no era mi maldito problema, logrando de inmediato no pensar más en ello. Como si no tuviera bastante por lo que preocuparme ya. Sin saber por qué, el nombre de mi hermano vino de pronto a mi mente, como una llamada a mi cerebro para que volviese a hundirme en la culpabilidad. Pero él no querría verme así, tenía que ser fuerte, como me había enseñado.

Por fin la directora puso fin a la tortura cuando, como si de una misa se tratase, nos dijo “podéis ir en paz”. Me levanté de un salto y me cargué la mochila para salir de allí lo antes posible. Bajé las escaleras, atravesé el pasillo, y por fin salí a la calle. Respiré hondo y di gracias al Dios en quien no creía por haber salido viva de allí. Añoré aún más a Ethan, de haber estado él allí ese capullo pelirrojo estaría en ese momento con el tabique partido. Suspiré con tristeza. Él era mi guardián y mi protector, y eso mismo lo había llevado a su perdición. La ola de culpabilidad que ya había avisado con engullirme llenó entonces mi pecho, y en ese momento, quizá como protección ante el dolor que me embriagaba, algo fuera de mi mente me llamó la atención. La moto que había estado a punto de arrollarme dos horas antes… con el pelirrojo encima. 

-¡Tú! –le señalé con rabia. -¡Has estado a punto de atropellarme esta mañana!

El tal Declan estaba poniéndose el casco cuando mis acusaciones lo sorprendieron. Se lo volvió a quitar para sonreírme con malicia. -¿Y quieres que termine lo empezado? –bromeó haciendo rugir su imitación de Harley Davidson. 

Arrugué la nariz con asco. "Bonita moto, le sobra el motero". No contesté a sus bravuconerías y me limité a mirarle fijamente todo lo amenazadora que podía parecer, y eso se me daba bien. Oí como se reía colocándose el casco, entre el rugir del motor, y arrancó para pasar muy cerca de mí, en un intento de intimidarme. No me moví del sitio y lo seguí con la mirada hasta que el polvo que dejó tras de sí se hubo disipado. Me hubiera gustado gritarle un "¡No tienes ni idea de con quién tratas, mamonazo!" pero lo cambié por un simple:

-Capullo. –que murmuré para mí. Sin embargo, había algo en él que me resultaba familiar. Me peiné el pelo con los dedos y retomé la vuelta a casa, o eso quería. Nada más dar dos pasos me vi rodeada por tres hienas. Mire a la rubia, que estaba justo frente a mí, amenazadoramente cerca. Apestaba a maquillaje. ¿Quién demonios se ponía tantos potingues en la cara para ir al maldito instituto? La visión me resultó aun más familiar de lo que me había resultado el imbécil de la moto. Sí, parecía la típica niña pija de Elvenpath Norte; y a esas sabía bien como tratarlas.

-Aléjate de él, cuervecito. –me ordenó, clavándome su dedo de arpía en el pecho mientras hablaba. Las otras dos se rieron de su… ¿insulto?–No te lo repetiré más, simplemente aléjate de él. –y sin decir más se giraron con risitas tontas que pretendían ser malvadas y las perdí de vista. Me había quedado tan pillada que no había podido ni responderles. Eché en falta mi revólver.

-Estúpidas zorras. –oí farfullar a una chica cerca de donde estaba yo. Parecía que acababa de salir por la puerta y había presenciado la escena sin querer. Me alivió ligeramente el hecho de no ser la única sorprendida por el comportamiento de esas tipejas. –La próxima vez, sácales el corazón. Si tienen. –resopló y pasó a sonreírme. Después machó escaleras abajo tarareando algo.

Permanecí unos segundos contemplando aquella figura oscura mientras se perdía en la distancia. Su aparición y desaparición habían sido tan rápidas que apenas me había dado tiempo a distinguir su cabello negro cortado por encima de los hombros y con flequillo recto en la frente, sus ojos oscuros y sus calcetas a rayas blancas y negras.

Salí de mi ensimismamiento para emprender la vuelta al piso. Por el camino, no sólo no podía borrar la extraña escena de la mente , sino que tuve la sensación de que me seguían. Quizá estaba paranoica, pero era comprensible debido a la situación en la que me encontraba. Sin embargo, llegué a mi piso sin indicios de compañía no deseada.

 -¿Pero qué mierda le pasa a esta gente? ¿Los colores pastel de la ciudad les han dejado tontos o qué? –pregunté en voz alta, dejando la mochila en una silla. -¡Están todos locos! –vociferé, sabiendo que no me oiría nadie. Nadie salvo mi gato, claro. 

Los vecinos seguían gritándose, tal como los dejé esa mañana. Suspiré con cansancio y me tiré bocarriba sobre la cama con las manos en la cara. Mi gato, Lioncourt, se subió también a ésta y se hizo un ovillo a mi lado. Empecé a acariciar su largo pelaje color canela. No podía ni pensar en tener que volver al día siguiente. 

“Maldita sea, Ethan, ¿por qué me has dejado sola?”

sábado, 24 de agosto de 2013

Prólogo

Que sea la narradora de esta historia no me convierte en una superviviente de la misma. Eso que quede claro desde el principio. La cuento yo porque alguien tenía que hacerlo, pero no os confiéis; probablemente no haya un final feliz. Quizá yo no esté escribiendo después de salir viva de aquella locura, quizá simplemente yo ya no esté.

Dicho esto, intentaré plasmar con palabras lo que aconteció aquel año salpicado de mierda. Que tuvo sus buenos momentos antes de que todo se me fuese de las manos, eso no lo voy a negar.

Pero empecemos por el principio.

Podemos decir que el curso empezó la mañana de mi primer día de clase. Ese día, y como venía siendo habitual el último mes y medio, me desperté a las seis de la mañana. Todo lo que había vivido hasta aquel momento me negaba la capacidad de dormir. Debería tenerlo asumido, pero eso no hacía que dejase de joderme, ni mucho menos que me levantase de mejor humor.

-¡Yo no sé para que sigo tumbada si no voy a dormir! –refunfuñé, incorporándome y destapándome con energía.

Me levanté descalza y caminé hasta la ventana haciendo sonar mis pisadas desnudas contra las frías losas del suelo. Abrí las cortinas con violencia, comprobando que apenas había amanecido. La estancia prácticamente ni se iluminó. Al otro lado del cristal, se alzaba una ciudad extraña. Tan distinta a mi Elvenpath natal, que era completamente cosmopolita. Aquello era más bien un pueblo, y me pregunté si todas las ciudades de la Irlanda republicana serían así.

Me perdí unos segundos en la contemplación del despertar de la ciudad, sembrado de los colores cálidos del amanecer. Olía a otoño, aunque quedasen restos del verano flotando en el aire. La verdad era que para mí el verano había terminado hacía meses; los dos meses que habían pasado desde que me apartaron de aquello que más amaba. Suspiré y meneé la cabeza con pesar, queriendo deshacerme de los recuerdos que me impedían el sueño.

Sin embargo, tan sólo conseguí salir de mi ensimismamiento cuando mi gato hizo aparición restregándome su cabecita anaranjada por las piernas.

-Acostarme sólo sirve para deshacer la cama. –gruñí con voz mustia; quizá hablando con el felino, mi única compañía esos días.

Aún me costaba creer que me hubiese visto obligada a independizarme con tan sólo diecisiete años, que sí, mis padres me mandaban todo el dinero del mundo pero... Joder, no sabía ni hacerme la cama. 

Las voces de los vecinos gritándose me provocaron un respingo. Por el amor de dios, que son las seis... Habrá gente que querrá dormir. Yo misma querría dormir.

Meneé la cabeza con desaprobación y decidí ponerme en movimiento. Con paso firme me dirigí a la cocina, aún extraña para mí aunque llevase un par de días en aquel piso. Le di al interruptor de la luz y me quedé como estaba.

-Genial. A la casera no le ha dado la gana de ponerme luz aún. –rezongué sin fuerzas ni para enfadarme.

Comprendí que no podía calentarme ni un maldito té sin electricidad, así que volví de dos zancadas al dormitorio y me tiré sobre la cama. No me iba a poner a arreglarme para ir a clase cuando quedaban dos horas, así que descansaría la vista un rato antes de nada. Y casi me había dormido cuando...

WELCOME TO THE JUNGLE!!

Me levanté de un salto mientras la canción seguía.

-¡Me cago en la…!

We've got fun n' games! We got everything you want!

Tras tropezar con mi propio pie un par de veces logré atrapar al móvil, del que provenía la canción, y desactivar la alarma. Me dejé caer sentada en el borde de la cama en un intento de que mi corazón no estallara por el susto.

-Joder, ¿pero qué hora es? –refunfuñé.

La pantalla de mi móvil respondió:

8:02

Si hay algo peor que llegar tarde a tu primer día de clase es llegar tarde después de haberte levantado con tiempo de sobra. Puta mierda.

Soltando maldiciones, me incorporé de un brinco y me lancé a cepillarme mi larguísima melena negra, delineándome con una precisión acojonante los ojos con lápiz negro. De súbito el extraño color de mi iris se veía más potente: violeta intenso. Mientras me miraba en el espejo sobre la cómoda mi mente empezó a germinar el pensamiento que me perseguía cada vez que cambiaba de instituto: ¿volverá el color de mis ojos a convertirme en el bicho raro?

-A mí me gusta el violeta. –le dije a mi reflejo. Mis ojos sonrieron ante el comentario. –Pues claro que sí, joder. Me gustan mis ojos, me gusta el violeta. –sujetándome en la cómoda, resoplé y dejé escapar los nervios.

Sin perder más tiempo, cogí lo primero que pillé en el armario: una falda de cuadros escoceses con un tul de telarañas encima, una camiseta negra lisa de tirantes, los leggins negros y mis amadas New Rock; unas botas militares de cuero con plataforma y tacón de acero, adornadas con un par de hebillas a los lados. En mi cuello, mi característico collar de pinchos, ese que decía 'no te acerques' sin que yo tuviese que abrir la boca.

Me miré en el espejo y forcé una sonrisa.

-¡Hoy va a ser un día estupendo! –me dije. Por la cara de mi reflejo, diría que ni yo me creía eso.

Suspiré y miré el móvil por última vez: quedaban diez minutos para el comienzo de las clases. Mi piso estaba a veinte; llegaría en quince. Agarrando mi mochila y colocándome los enormes cascos que iban conectados a mi MP3, eché a correr como si me persiguiera la pasma.

Había cambiado de instituto como un millón de veces, pero era la primera vez que me enfrentaba a un cambio como ése completamente sola. Tan lejos de casa, tan desprotegida...

Por más que hubiese tratado de convencerme de que allí no me encontrarían, debí haber supuesto que no puedes huir del pasado por desplazarte unos kilómetros. Quizá hubiese cometido el peor error de mi vida con aquella mudanza. Y quizá esa nueva ciudad fuese mi tumba, ahora que estaba sola.


You know where you are? You’re in the jungle, baby! And you’re gonna die!!