sábado, 25 de enero de 2014

1. The Jungle

Ahí estaba yo, y ahí estaba él, tan grande e imponente. Me pasé la mano por mi larga melena negra, presa del nerviosismo. Aquél instituto era el más grande en el que había estado. ¿Cómo sería la gente allí? No conocía aquella ciudad, ni a nadie. Me sentí como un corderito entrando en un nido de hienas. Respiré hondo, luchando contra el impulso de echar a correr y meterme en la cama de nuevo. “Vamos, Ophelia, has hecho esto cientos de veces…”, me recordé, intentando relajar mis músculos, “Sólo tienes que ir a lo tuyo y no hacer caso a lo que te diga nadie, es la única forma de sobrevivir”, recordé que me dijo mi hermano una vez. Pensar en él me produjo una punzada de añoranza. Venga ya, por favor, era la cuarta vez que entraba “nueva” a un instituto, y había salido viva hasta ahora… Aunque gracias a Ethan. “¡Vamos, Ophelia! ¿No sabes defenderte solita?”, me dije. Aquello era una estupidez, sólo entonces comprendí que el miedo no era tanto por el instituto y los estudiantes como por el motivo de mi huida de Elvenpath. 

“No soy un corderito, no soy un corderito… Soy el león, deberían temerme ellos”, pensaba una y otra vez mientras caminaba mirando al frente, con la cabeza bien alta. Y tan concentrada iba en mantenerme orgullosa y desafiante cruzando la carretera que me separaba del instituto, que no vi una moto que pasaba a toda pastilla hacia mí. En un acto reflejo, di un chillido ridículo y me quedé clavada en el suelo. Pude oír la risa del conductor de la moto a causa de mi susto. Cuando levanté la vista sólo pude ver un borrón rojo pasar de largo ante mis ojos. -¡Malditos hippies! –grité furiosa, alzando el puño amenazante. La moto ya se había ido, doblando una esquina por una calle junto al instituto. Y no sabía qué sentido tenía lo que acababa de gritar, pero simplemente era algo que decía mi padre en situaciones similares. Resoplé recuperándome del susto, pero no tarde más de dos segundos en terminar de cruzar la carretera para que no se repitiera la situación.

No pude seguir con la cabeza alzada, me limité a farfullar cosas mirándome los pies hasta que entré en el centro. Ojalá nadie me hubiera visto pegar ese chillido. “Muy realista, Ophelia, seguro que un lunes a las ocho y media de la mañana en la puerta de un instituto no había nadie”, me dijo una molesta vocecilla en mi cabeza. Fui pasando entre la gente hasta llegar a la entrada, y por el camino me choqué con una chica que llevaba una guitarra a la espalda, guitarra que sonó cuando le di un codazo. Me giré de inmediato.

-¡Lo siento! –gemí, para después aclararme la garganta y no parecer tan nerviosa. 

-No pasa nada. –sonrió la morena, sus ojos verdes mostraban alegría. -¿Eres la nueva? –preguntó después, mirándome a la cara, en lugar de repasarme de arriba abajo como hacían los demás. Suspiré; ¿por qué era tan obvio? ¿Era por mi cara de espanto y confusión constante?

-Sí… me incorporo hoy. –respondí, sin mucho entusiasmo. La chica se rio de mi carencia absoluta de emoción.

-Pues mucha suerte. –sonrió antes de echar a andar de nuevo; parecía tener prisa. Resoplé cuando se fue, ¿me habría visto hacer el imbécil con lo de la moto? Bueno, ya daba igual. Al menos era simpática…

Finalmente entré, y por dentro el instituto me pareció igual de inmenso y agobiante; los estudiantes caminaban de aquí para allá sin hacerme ningún caso –cosa que agradecí- y nadie parecía tener ganas de ayudar. ¿Dónde demonios se suponía que estaba mi clase? Nadie me había dicho dónde tenía que ir. Me mordí el labio mientras sonaba el timbre que indicaba el comienzo de las clases. Genial, ya iba tarde a donde quisiera que tuviera que ir. ¿Y si iba a ver al director? No, no me apetecía que me ficharan aún. Caminé un poco, y di con una puerta en la que se leía “Despacho de delegados”. Me encogí de hombros y toqué. Se abrió enseguida, y me recibieron los ojos ambarinos de un muchacho rubio. 

-Eh... Ah… Hola. –balbuceé. Como he dicho, llevaba días sin hablar con nadie. –Soy Ophelia. –dije de pronto, con mi mirada violeta fija en su rostro. El chico no pareció entender. Me corregí enseguida. –Soy la nueva, Ophelia Rainy. –le tendí la mano automáticamente. Por fin reaccionó, con una amable sonrisa.

-Yo soy Finbar, el delegado de 2º. Pasa.

Caminé tras él al interior del despacho, los despachos me daban fobia, y más aún la autoridad, por lo que estaba deseando salir por patas. -No sabía dónde ir, no me dijeron cual era mi clase así que… -comencé a hablar apresuradamente.

-¡Ah! Claro, te lo miro enseguida. –aseguró, cogiendo un archivador que había sobre la mesa, junto a un millar de papeles y carpetas. Alcé una ceja ante tanto desorden. –El primer día siempre hay mucho trabajo. –se excusó, sonrojándose ligeramente. Sonreí de lado, pero no dije nada; quería irme YA. –Aquí está… -murmuró. –Estás en el C, 2ºC. –me anunció por fin. Asentí indiferente y me dispuse a marcharme. -¡Espera! –oí tras de mí de pronto. Me giré sobresaltada. -¿Sabes dónde está tu clase?

 -Eh... no. 

Nadie dijo nada durante unos segundos, hasta que rompí a reír, algo que me sentaba bien dadas las circunstancias. El delegado rio levemente conmigo, después me tendió el horario de mi clase en la que salían las aulas y los profesores. 

-Es el tercer piso. No tiene pérdida. 

-Para la gente normal, -sonreí de lado- pero seguro que yo me pierdo. -me encogí de hombros. –Gracias. –apunté antes de desaparecer en el pasillo de nuevo. 

Miré el horario:

*El primer día se reunirá todo 2º de Bachiller en el aula de audiovisuales. 

Rezaba al final del mismo. Suspiré. “Genial, ¿y dónde está eso?” Fui leyendo los carteles de las clases hasta que di con una señal que indicaba que el aula de audiovisuales se encontraba al doblar una esquina. Por fin llegué, y tuve que respirar hondo un par de veces antes de atreverme a abrir la puerta. Al entrar me encontré frente a un montón de gente mirándome fijamente. Me sonrojé a más no poder y busqué desesperada un sitio donde sentarme. Alguien me tocó en el hombro. Me giré para ver a una señora bajita con un moño blanco. 

-Hija, siéntate al final, hay un hueco libre. –me dijo con una sonrisa impaciente.

Asentí con un inaudible “disculpe” y me senté al final de la inmensa aula, junto a una chica con el pelo extrañamente plateado y unos grandes ojos rubí. Vale, no era la más rara del instituto, por una vez. La diferencia es que esa chica llevaba lentillas, y mis ojos eran naturales. Me pregunté entonces cuánto tardarían en preguntarme si llevaba lentillas de color; también cuánto tardaría yo en soltarle un puñetazo a alguien por la pregunta. Era una reacción que había desarrollado con el tiempo, no podía evitarlo. A ver cuánto tardaban en odiarme también allí.

Todos me olvidaron para centrarse en escuchar a aquella mujer hablar. Resultó ser la directora, y nos estaba dando un discurso de bienvenida. Por fin pude dejar la mochila y relajarme. Já, relajarme... Como si pudiera. Paseaba una mirada nerviosa por las cabezas de los ocupantes de la sala. Ninguno iría armado, ¿verdad? No podían meter armas allí. Ninguno llevaba el temido "666" tatuado en la nuca, ¿verdad? "Ophelia, te estás volviendo loca. Del todo".

-Eh, ese es mi sitio. –dijo una voz a mi lado de pronto. Levanté la vista para encontrarme con un chico pelirrojo con cada de malas pulgas de pie junto a mi sitio. 

-La directora me ha dicho que me siente aquí. –le respondí con un siseo, de mal humor. 

-Pues yo te digo que te levantes. Es mi sitio. –respondió sin cortarse a la hora de alzar la voz. Como era obvio, la mentada directora acabó por interrumpir su discurso. Y aun micrófono en mano, se dirigió a nosotros. 

-Declan, ¿qué pasa ahora? –preguntó con ruego en la voz. No parecía ser la primera vez que interrumpían la reunión por ese pelirrojo. -Está en mi sitio. –respondió con indiferencia pero sin vergüenza alguna el chico.

La directora me miró, y yo me crucé de brazos; sólo por orgullo no iba a moverme de allí. 

-Ya te he dejado salir para hablar por teléfono, ¿no puedes dejar de molestar? –suplicó la mujer. 

-No molesto más. –gruñó, lanzándome una mirada de odio, que respondí con una mueca de desprecio, y desapareciendo por la puerta con las manos en los bolsillos. 

Dio un portazo al salir, todos nos estremecimos. La directora rodó los ojos. 

-Sigamos. 

Nadie volvió a interrumpirla durante las dos horas de discurso. Sólo escuché la mitad de lo que dijo, ya que era tan sumamente pesada que acabé por ponerme mis grandes cascos morados para escuchar algo de metal. Empezaba a sentirme mal por lo de ese chico mal educado, yo tampoco es que fuese la alegría de la huerta, probablemente habría reaccionado igual de ser él. La verdad era que la directora había sido injusta, ¡me había asignado a mí el sitio de otro! Concluí, sin embargo en que ese Declan se lo merecía y que además no era mi maldito problema, logrando de inmediato no pensar más en ello. Como si no tuviera bastante por lo que preocuparme ya. Sin saber por qué, el nombre de mi hermano vino de pronto a mi mente, como una llamada a mi cerebro para que volviese a hundirme en la culpabilidad. Pero él no querría verme así, tenía que ser fuerte, como me había enseñado.

Por fin la directora puso fin a la tortura cuando, como si de una misa se tratase, nos dijo “podéis ir en paz”. Me levanté de un salto y me cargué la mochila para salir de allí lo antes posible. Bajé las escaleras, atravesé el pasillo, y por fin salí a la calle. Respiré hondo y di gracias al Dios en quien no creía por haber salido viva de allí. Añoré aún más a Ethan, de haber estado él allí ese capullo pelirrojo estaría en ese momento con el tabique partido. Suspiré con tristeza. Él era mi guardián y mi protector, y eso mismo lo había llevado a su perdición. La ola de culpabilidad que ya había avisado con engullirme llenó entonces mi pecho, y en ese momento, quizá como protección ante el dolor que me embriagaba, algo fuera de mi mente me llamó la atención. La moto que había estado a punto de arrollarme dos horas antes… con el pelirrojo encima. 

-¡Tú! –le señalé con rabia. -¡Has estado a punto de atropellarme esta mañana!

El tal Declan estaba poniéndose el casco cuando mis acusaciones lo sorprendieron. Se lo volvió a quitar para sonreírme con malicia. -¿Y quieres que termine lo empezado? –bromeó haciendo rugir su imitación de Harley Davidson. 

Arrugué la nariz con asco. "Bonita moto, le sobra el motero". No contesté a sus bravuconerías y me limité a mirarle fijamente todo lo amenazadora que podía parecer, y eso se me daba bien. Oí como se reía colocándose el casco, entre el rugir del motor, y arrancó para pasar muy cerca de mí, en un intento de intimidarme. No me moví del sitio y lo seguí con la mirada hasta que el polvo que dejó tras de sí se hubo disipado. Me hubiera gustado gritarle un "¡No tienes ni idea de con quién tratas, mamonazo!" pero lo cambié por un simple:

-Capullo. –que murmuré para mí. Sin embargo, había algo en él que me resultaba familiar. Me peiné el pelo con los dedos y retomé la vuelta a casa, o eso quería. Nada más dar dos pasos me vi rodeada por tres hienas. Mire a la rubia, que estaba justo frente a mí, amenazadoramente cerca. Apestaba a maquillaje. ¿Quién demonios se ponía tantos potingues en la cara para ir al maldito instituto? La visión me resultó aun más familiar de lo que me había resultado el imbécil de la moto. Sí, parecía la típica niña pija de Elvenpath Norte; y a esas sabía bien como tratarlas.

-Aléjate de él, cuervecito. –me ordenó, clavándome su dedo de arpía en el pecho mientras hablaba. Las otras dos se rieron de su… ¿insulto?–No te lo repetiré más, simplemente aléjate de él. –y sin decir más se giraron con risitas tontas que pretendían ser malvadas y las perdí de vista. Me había quedado tan pillada que no había podido ni responderles. Eché en falta mi revólver.

-Estúpidas zorras. –oí farfullar a una chica cerca de donde estaba yo. Parecía que acababa de salir por la puerta y había presenciado la escena sin querer. Me alivió ligeramente el hecho de no ser la única sorprendida por el comportamiento de esas tipejas. –La próxima vez, sácales el corazón. Si tienen. –resopló y pasó a sonreírme. Después machó escaleras abajo tarareando algo.

Permanecí unos segundos contemplando aquella figura oscura mientras se perdía en la distancia. Su aparición y desaparición habían sido tan rápidas que apenas me había dado tiempo a distinguir su cabello negro cortado por encima de los hombros y con flequillo recto en la frente, sus ojos oscuros y sus calcetas a rayas blancas y negras.

Salí de mi ensimismamiento para emprender la vuelta al piso. Por el camino, no sólo no podía borrar la extraña escena de la mente , sino que tuve la sensación de que me seguían. Quizá estaba paranoica, pero era comprensible debido a la situación en la que me encontraba. Sin embargo, llegué a mi piso sin indicios de compañía no deseada.

 -¿Pero qué mierda le pasa a esta gente? ¿Los colores pastel de la ciudad les han dejado tontos o qué? –pregunté en voz alta, dejando la mochila en una silla. -¡Están todos locos! –vociferé, sabiendo que no me oiría nadie. Nadie salvo mi gato, claro. 

Los vecinos seguían gritándose, tal como los dejé esa mañana. Suspiré con cansancio y me tiré bocarriba sobre la cama con las manos en la cara. Mi gato, Lioncourt, se subió también a ésta y se hizo un ovillo a mi lado. Empecé a acariciar su largo pelaje color canela. No podía ni pensar en tener que volver al día siguiente. 

“Maldita sea, Ethan, ¿por qué me has dejado sola?”

3 comentarios:

  1. Buen cap. Perfecto para introducir la historia de la prota.

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    1. Gracias. Los primeros capítulos son ante todo introducción de los personajes ^^ No desesperes.

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  2. No puedo evitar poner las caras de CdM a los personajes XD Pero sinceramente me alegro que hayas decidido hacer la versión original (aunque, si lo piensas bien, es mucho trabajo reescribir un fic de esta manera). Aunque nunca me leí el fic (estuve a punto de hacerlo pero encontré el blog), así que creo que es mejor no leerlo (al menos por ahora) para que esta versión me ¿impacte? más.

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